JULIO ES el mes patrio de los gallegos. Cuando el día veinticinco cae en domingo, ese día es una epifanía, porque es año santo en la cristiandad y nuestro señor Santiago, vecino mayor de Galicia, reparte indulgencias, concede dones y regalías a quien acude a su lado para abrazarle con la fe de un caminante y la emoción de un viajero. Y coincidiendo con la fecha subrayada en el almanaque, en julio y víspera de la gran fiesta de Galicia, yo quiero sumarme a las efemérides como un peregrino virtual, recorriendo un camino de palabras, quiero sumarme a la celebración jacobea y jubilar. Desde un hipotético Roncesvalles -mala la hubisteis franceses- recordando a Roldan como quien navega en los orígenes de las lecturas primeras, hasta donde terminan las tierras conocidas para adentrarse en la mar ignota, las huellas, las pisadas del camino son una babel desandada que va jalonando los hitos que llegan hasta nosotros desde el décimo de los siglos de nuestra era. El misterio del patrón Santiago, la invención de una tumba descubierta, la magia imposible de un camino empedrado de estrellas, vía láctea para un reencuentro lleno de silencios que ubica al espíritu en el lugar más adecuado. Y la sinfonía de piedra del decorado urbano cuando el viajero divisa y adivina, desde la niebla de los recuerdos o en la noche sin luna de toda una vida, las dos torres al final del camino y dice Compostela como quien recita un salmo. Es la fiesta mayor de mi país, y el comienzo del viejo himno dedicado al santo me sirve para dar título a esta columna. La primera estrofa se completaba con un rotundo e imperial «patrón de las españas», para continuar con un argumento poderoso: «amigo del Señor», y todos los rapaces que en los años santos éramos peregrinos de autobús y bocadillo de filete empanado, excursionistas a jornada completa en Compostela, nos desgañitábamos cantando después de que el botafumeiro, acróbata de latón y plata, volara frenético sobre nuestras cabezas y sobre nuestros pensamientos. Por entonces el año santo todavía no se llamaba Xacobeo, el rock no había arribado a nuestras costas y los únicos conciertos conocidos eran de música culta agrupados en torno a la semana de «música en Compostela». Por entonces el camino francés había que intuirlo, los albergues no estaban levantados, y los peregrinos andantes eran una suerte de «boy scouts» maduros y añorantes junto a un puñado de prejubilados europeos. El cuento cambió mucho, supongo que para mejor, y hoy el camino es una romería interminable que dura todo el año, y son los años santos un alarde de mercadotecnia para ofertar Galicia en la bolsa mundial del turismo, y que nos ha permitido ingresar en el selecto club del circuito internacional de conciertos juveniles. El año santo es un espectáculo, una agencia de contratación de espectáculos musicales. El año santo es una «road movie» con la banda sonora de Massive atack y una balada de Dylan como colofón. Esta noche los pirotécnicos incendiarán la fachada de la catedral, un maestre Mateo de fuegos de artificio volverá a acercarnos el misterio de la pólvora que se escabulle entre los colores del fuego. Esta noche y estos días Compostela es toda Galicia, y Galicia tiene su corazón en Compostela. El corazón colectivo de todos los gallegos. Son las fiestas patrias, es la fiesta de la patria que tiene señalado el día en el calendario. Santo adalid, cabalgando por el viento de Galicia, dadnos señor una vez más, la brisa de una esperanza nueva para que Galicia sea el proyecto común de todos los gallegos. Feliz día.