Europa, Europa

OPINIÓN

EL VENTANAL

02 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

EN UNA ÉPOCA en que todo el Planeta vive la fiebre electoral del presidente de los Estados Unidos, como si nos fuera algo en ello; una época en que Manuel Fraga, Baltar y Cuíña parecen quedarse solos en el PPdeG; una época en la que el juez Baltasar Garzón trata de disolver las células terrositas islámicas afincadas en nuestro país y en nuestras cárceles; un momento en el que Israel y Palestina pasan por otro mal momento, o que nuestras tropas tratan de poner algo de orden en Haití; justo en estos momentos, la principal crisis -sin precedentes, dicen- que han vivido las instituciones europeas desde su creación ha sido provocada Rocco Buttiglione al manifestar públicamente sus creencias de sobre la homosexualidad. Buttiglione, que había sido propuesto para Comisario europeo, cometió el pecado de decir lo que cree. No deja de ser sorprendente que mientras el mundo se debate en gran cantidad de desastres y conflictos, Europa se sienta amenazada por las creencias de un aspirante al Gobierno europeo. Y, la verdad, es que podríamos sentirnos contentos de que todos los problemas de Europa sean lo que algún político piensa sobre la homosexualidad. Quizás se nos puede ir la alegría si comprobamos que los motivos por los que este político italiano fue criticado, vituperado y sometido a una especie de inquisición, son de origen religioso, una razón por la que nadie puede ser discriminado, según todos los códigos de derechos humanos y las constituciones democráticas. El actual comisario de Transportes, Barrot, afirmó que Buttiglione se equivocó al decir lo que dijo, y que «es preciso ser firme contra cualquier forma de discriminación». Por discriminación se refería a lo que dijo el italiano, no a la presión y discriminación a la que fue sometido por ser coherente con su forma de pensar. De hecho, el propio Buttiglione insistió en la «absoluta rectitud de su trabajo» y reiteró que los comentarios que estuvieron en el centro de la polémica fueron una opinión estrictamente personal: «Tengo derecho a pensar que la homosexualidad es un pecado, pero eso no tiene ningún efecto sobre la política, porque en política vale el principio de no discriminación y el Estado no tiene derecho a meter la nariz en esta situación». Sin embargo, parece que muchos políticos tolerantes no le han dado ese derecho. Todos han considerado que si piensa eso no debe decirlo, que es lo habitual en un político. Por eso nadie pondrá en duda que Buttiglione ha sido coherente: ha dicho sinceramente lo que pensaba y ha mantenido su criterio con todas las consecuencias. No ha tratado de desdecirse para mantener el puesto, para consolidar los miles de euros mensuales que cobra un comisario europeo. Lo ha dejado para que Barroso pueda componer otra Comisión Europea. Muchos observadores han afirmado, con razón, que lo de Buttiglione ha sido una disculpa para que el Parlamento Europeo mostrara su fuerza ante la Comisión, o que fue un recurso para obligar a Barroso a componer un gobierno europeo más equilibrado hacia la izquierda. Pero lo cierto es que, en definitiva, se ha utilizado una discriminación en razón del pensamiento religioso de un político. Quizás el error fundamental de este político italiano haya sido no seguir las pautas de la cultura audiovisual en la que nos movemos, donde lo fundamental es el espectáculo, atenerse al guión, decir sólo lo que la audiencia quiere oír. Una cultura en la que lo importante es sorprender, impactar. Quizás, si en lugar de decir lo que creía, nos hubiera presentado en sociedad a un novio con el que pensara pasar el resto de sus días, hoy sería Comisario europeo con los parabienes de todos los políticos, con los máximos índices de audiencia y con unos ingresos con los que podrían vivir 10 familias sin aprietos. Todo eso lo perdió por ser coherente y por no seguir la reglas del audiovisual.