LA INTERVENCIÓN del ex-presidente Aznar en la comisión de investigación de los atentados del 14 de marzo ha provocado las reacciones sociales y políticas típicas de un acontecimiento de este estilo en la cultura audiovisual que vivimos. Ha logrado unas cotas de audiencia televisiva que no son habituales, hecho que demuestra la gran expectación que despertó su nueva presencia pública. Para muchos espectadores habrá sido un reality más. Se preveía un duelo interesante y la posibilidad de que los grupos de la mayoría gobernante lo pusieran contra las cuerdas o de que el ex-presidente se mostrara con la firmeza habitual, ganándole a sus contrincantes. Algunos habrán encontrado en esta vuelta de Aznar motivos para su ira y otros muchos razones para la añoranza. Desde el punto de vista social, los admiradores de Aznar vieron reforzada su admiración, mientras los detractores volvieron a tener una ocasión para mostrar su desacuerdo. Pero, en esta balanza, pesa más el reforzamiento de los primeros, ya que reciben un nuevo impulso, un aumento de la ilusión y nuevos motivos para esperar momentos mejores, esperanza que genera y refuerza las adhesiones. Mientras que los detractores no ven favorecida en nada su posición; todo se mantiene igual. Han comprobado que no ganaron nada con la comparecencia del ex-presidente Aznar, tal como acertadamente preveían y tal como reconocen posteriormente. Desde el punto de vista periodístico, cada uno ha visto e interpretado la realidad desde su posicionamiento: el que está a favor confirma su posición, basándose en la coherencia de la intervención; quien estaba en contra, mantiene su actitud, ya que sólo ve aspectos negativos e interpreta menciones genéricas adjudicando nombres, pero sólo para aplicar intenciones negativas. Hasta el presidente de la FAPE sale en defensa de algunos periodistas de una cadena radiofónica concreta que no ha sido mencionada expresamente por el ex presidente. Lo mismo que Llamazares puso nombres a genéricas descripciones geográficas. En este caso, queda demostrado que los medios y los profesionales son un auténtico reflejo de la sociedad. Desde el punto de vista parlamentario, ha sucedido lo que también es habitual y típico: cada uno mantiene sus posturas con independencia de los argumentos expuestos por el ponente. El Parlamento no es un lugar en el que los argumentos sirvan para tomar decisiones, más bien las decisiones tomadas se justifican posteriormente con razonamientos. Los acuerdos entre parlamentarios son previos, se toman fuera de la Cámara, mientras que las intervenciones públicas sólo exponen los argumento para justificar las decisiones, tanto sean éstas de apoyo como de rechazo. Volvemos a encontrarnos con la cultura audiovisual, donde el espectáculo y las emociones están por encima de la razón; y donde la realidad se confunde con el reality .