LA FOTO del anciano aberzale que publicaba la prensa del domingo 9 de enero era un editorial del odio. El rictus de su boca, los ojos entornados con mirada perdida tras de sus gafas y arrugas de dolor o de rabia en el rostro..., el anciano vasco enarbolaba una pancarta con la imagen del asesino terrorista Ignacio de Juana Chaos, para quien pedía la libertad. A este anciano no le importaba el terrible historial criminal de uno de los más sanguinarios terroristas de la banda ETA, condenado a 3.000 años de cárcel y que, por un garantismo jurídico sobrecargado de prejuicios y de falso progresismo, podría salir a la calle con solo 18 años de pensión completa a cuenta de nuestros bolsillos, en plena edad de madurez como para reincorporarse a su siniestro oficio de asesino. El anciano de la foto ya no tiene edad para ser un gudari , pero en su atormentada conciencia almacena un polvorín de rencor, envuelto en el celofán del nacionalismo, para hacer saltar por los aires a los maquetos que no sientan la obsesión psicópata de volver a la tribu. El anciano de la pancarta exhibe desafiante y al amparo de la libertad democrática -que él niega a los enemigos de su cruzada- la chulesca jeta del terrorista con la misma naturalidad con la que pasearía a su perro en las mañanas brumosas de Bilbao, caminando con paso tranquilo hasta el quiosco de prensa más próximo donde compraría el Gara y, quizás también, el Deia , para llenar su depósito mental de carburante de guerra santa contra el intruso convecino español. El viejo batasuno pasea, en efecto, a una bestia, infinitamente más innoble que un perro, que ha matado a 24 personas. Sin duda conoce la catadura de su héroe, pero no le importa porque aquellos muertos no eran de los suyos. Este viejo rencoroso tiene el privilegio de poder pasear en una pancarta a su querido asesino sin que le pase nada, mientras niega ese mismo derecho a los que no piensan como él y sus compañeros de manada, todos ellos con su perro a cuestas. Posiblemente, pertenece a esa clase de individuos que practica asiduamente el golpe de pecho y atiende con devoción los salmos de un cura que predica que Dios es vasco. Admira a Sabino Arana, padre espiritual de su raza, con fanático orgullo de euskaldún y a todos aquellos que tienen apellidos tan largos como chistorras, que prueban una descendencia directa de la reserva especial de seres de artesanía modelados personalmente por el Creador a imagen y semejanza suya. El caso es que se cree esa fantástica mitología que incluso justifica el asesinato de las gentes normales. La foto del asesino De Juana, que el anciano paseaba, como a su perro, por las calles de Bilbao, en lo alto de una pancarta colgada de un palo, es la imagen gráfica de una aberración de una parte de la sociedad vasca que está enferma de fanatismo, cuyas consecuencias, pronostica el adagio anónimo que dice: «Cuando todos los odios han salido a la luz, todas las reconciliaciones son falsas». Parafraseando este terrible pronóstico lo aplicamos al perro de la pancarta y queda así. Cuando un criminal con todo su odio intacto sale a la luz, todas las reinserciones son desgraciadamente inútiles.