La bandera española en Coruña

OPINIÓN

11 oct 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

EL ALCALDE de Coruña, Francisco Vázquez, en una de sus actuaciones propias de máximo dignatario de la ciudad, decide instalar una gran bandera española. En sí, parece lo más normal del mundo: una institución oficial quiere darle realce y honor a la bandera de su país. Los ciudadanos debían sentirse orgullosos de lucir su enseña nacional. Como se sienten cuando luce en las gradas de un estadio donde juega la selección española, o cuando se envuelve en ella un deportista español que acaba de ganar un importante trofeo, o como cuando ondean en las grandes concentraciones, mostrando que allí hay ciudadanos españoles. Es lo más normal que puede suceder en un país. Sin embargo, es posible encontrarse con ciudadanos molestos por la exhibición o el homenaje a la enseña nacional. Habrá personas a las que no les guste precisamente por los colores que utiliza o por su excesivo colorido, o por su diseño, pero no deja de ser sorprendente que se sientan molestos por lo que significa. Sorprende porque la presencia de la bandera española es la manifestación más ordinaria, más habitual de la vida oficial de un país. Incluso se podría pensar que los proyectos nacionalistas de las comunidades autónomas ganarían mucho en solidez y prestigio si fuesen siempre acompañados de la bandera nacional, como una de las realidades más normales de entendimiento y la cooperación entre las Administraciones del Estado. Desde el punto de vista político, sólo se entiende que alguien se sienta molesto porque no se considera ciudadano español o no se sienta representado por lo que significa. En la página oficial de la Moncloa se puede leer el siguiente párrafo: «La Ley 39/1981 de fecha 28 de octubre, que regula el uso de la Bandera Nacional y en artículo 1º dice: 'La Bandera de España simboliza la nación, es signo de soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria y representa los valores superiores expresados en la Constitución'». Y la Constitución de 1978, que todos decimos defender, por muy nacionalista que se pueda ser, afirma que la bandera española está «formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla, roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas». Por otra parte, los historiadores afirman que el carácter de bandera nacional, con el actual diseño base, tomó carta de naturaleza con el Real Decreto de 13 de octubre de 1843 de la Reina Isabel II, aunque desde otro siglo antes, por lo menos, ya se utilizaba el formato. Desde entonces sólo hubo un paréntesis de cinco años con colores distintos. En definitiva, en España, un mástil con una bandera española, sea cual sea el tamaño, debe ser lo más normal del mundo, lo más habitual de la vida normalizada en democracia, lo más respetable para los constitucionalistas. Todo lo demás nos sigue recordado la predemocracia que vivimos en el último tercio del siglo pasado.