King Kong

EDUARDO CHAMORRO

OPINIÓN

25 dic 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

LA EDUCACIÓN, el arte y la cultura son cosas que se suelen confundir en la apreciación de su proximidad, una cercanía que no siempre se da y, en ocasiones, se define por todo lo contrario, es decir, por una gran distancia. Así, por ejemplo, el debate desarrollado en los Estados Unidos por pedagogos, legisladores y jueces alrededor del origen del hombre, puesto en escena con la misma pasión con que un comentarista de Radio Nacional de España, Radio 2, Música Clásica, expresaba su sorpresa ante el notable tamaño de la calavera de Beethoven, un cráneo de tan recia envergadura como para que al orador le temblaran las piernecillas en el meollo de su asombro. Hay unos cuantos americanos que apenas pueden contener su asombrada indignación ante la enseñanza del evolucionismo, del que temen el efecto de que alguien confunda a su padre con un simio. Mientras tanto, los cines vibran con el estrepitoso bramido de King Kong, fascinado de nuevo por una tierna muchacha estremecida de terror en el puño de la bestia. Es, en efecto, la repetición de un relato tan hábil como el de la bella y la bestia, entretejido de nuevo y con enorme destreza por Peter Jackson, el director de El señor de los anillos , en un sorprendente friso de miradas capaz de insinuar por sí sólo la apasionada lírica de cualquier azar y de algún que otro destino. El caso es que, más allá o más acá de la paternidad del hombre y de la descendencia de la bestia, hace ahora ochenta años que un científico soviético intentó cruzar al hombre con el chimpancé para conseguir un híbrido que sorprendiera al mundo. El científico se llamaba Ilya Ivanov, y lo intentó por vez primera con tres hembras de chimpancé del África Occidental francesa. Fracasado ese intento, entró en contacto con Rosalía Abreu, criadora de monos en los alrededores de La Habana, dando a conocer sus pretensiones a Charles Smith, miembro de la Asociación Americana para la Promoción del Ateísmo. Éste le contó el proyecto a un periodista, y el New York Times dio la noticia de que los soviéticos intentan comprobar la teoría de la evolución. El escándalo fue de tal calibre que Rosalía Abreu se retiró del proyecto. Ivanov perdió el aprecio de Stalin y fue enviado al exilio en Kazastán, donde tardó un año en recuperar el cariño del tirano. La muerte lo sorprendió en marzo de 1932, mientras esperaba en la estación el tren que había de devolverlo a Moscú.