ADELANTÁNDOSE a los acontecimientos, M. Ahmadineyad comentaba el otro día: «Ya sabrán que el criminal de Sabra y Chatila se ha reunido con sus antepasados. Dios mediante, otros le seguirán». Con su habitual locuacidad, el presidente iraní entonaba un precipitado y rencoroso responso por Ariel Sharon, el político israelí en coma. Los sentimientos del iraní serán compartidos por una parte de la calle árabe conocedora del historial de Sharon, brillante militar en el pasado, planificador de la infausta invasión del Líbano en 1982, ejecutor, ante atentados palestinos, de drásticas represalias que obtendrían la repulsa expresa de la ONU. La lista de agravios contra el bulldozer Sharon es larga, pero los políticos de la zona, incluidos adversarios árabes, recuerdan asimismo el otro y reciente Sharon: el tanteador de la paz, el que ha dado pasos, insuficientes pero irreversibles, para llegar a un acuerdo con los palestinos. El hombre que había alentado los asentamientos judíos en zonas de la futura Palestina es quien ha desmantelado una parte importante de ellos, incluso por la fuerza. El que había conquistado territorios ahora devuelve buena porción de ellos, etcétera¿ Alguien podrá argumentar razonablemente que Sharon no negocia, que hace las concesiones unilateralmente. La propia revista Time apuntaba que actúa a menudo como el miembro de una pareja que pretende divorciarse pero quiere fijar él solo las condiciones de la separación. La realidad, no obstante, es que Sharon ha hecho, un tanto a la carta, lo que nadie imaginaba: empezar a devolver territorios para la formación del Estado palestino. En su giro han influido una constatación y dos acontecimientos. La primera es que la presión demográfica árabe en Israel -esa población crece mucho más que la judía- acabaría por crearle considerables problemas a un Estado de Israel que quisiera seguir siendo democrático. Los hechos son la negativa de Arafat a sellar el acuerdo de paz que le ofrecía el predecesor de Sharon y el 11 de septiembre. El enroque del desaparecido Arafat y la agitación que siguió (segunda intifada), iniciada en buena medida como protesta de una temeraria visita de Sharon a la zona sagrada disputada de Jerusalén, le convencieron al llegar al poder de que tendría el apoyo de su población si aplicaba mano dura en las represalias por los atentados y de que debía fijar su calendario y su mapa con pocas consultas con los palestinos y sin excesivos miramientos hacia la hoja de ruta . La atrocidad del 11 de septiembre amortiguó las quejas que el Gobierno de Bush podría formular ante el unilateralismo de Sharon o sus métodos expeditivos. Abandonando su partido, Sharon acababa de crear uno nuevo, Kadima. La incógnita es si su sucesor, Olmert, podrá ejecutar su testamento de alcanzar una paz con los palestinos sin volver a las fronteras de 1967 y sin dividir Jerusalén. La ola de simpatía hacia Sharon en su país va a llevar a Kadima a ponerlo de cabeza de las listas electorales aunque esté desahuciado en una cama. Ayuda en las encuestas. El futuro de la zona es tan volátil como siempre. El devenir de Irak incidirá en la conducta de Estados Unidos y el desenlace de las inminentes elecciones palestinas jugará, en función de su resultado (¿avanzará Hamas, lo que será anatema para Tel Aviv?), un papel capital en las urnas de Israel en marzo.