EL AFÁN de adentrarnos y de descubrir lo desconocido ha sido una constante de todas las civilizaciones. Todas han dado un paso más allá de su territorio para saber qué hay después de lo que alcanza la vista salvando las enormes dificultades que la aventura ha prodigado. Quizás hoy podamos decir que la tierra está toda descubierta, pero no ignoramos que cada día quedan más cosas por conocer. En su día fueron América, el Pacífico, las cataratas Victoria, las fuentes del Nilo o los polos. Tanto descubrimiento ha hecho que desapareciera aquella leyenda de terra incógnita que se imprimía sobre los mapas y los preciosos globos terráqueos de aún hace un siglo. Así las cosas, con toda la tierra conocida, sólo nos queda por explorar por debajo los fondos marinos y terrestres y por arriba hasta no se sabe dónde. Intentamos descubrirlo todo y después poco a poco lo vallamos para impedir la influencia de lo no querido, como ha ocurrido a lo largo de la historia con la Muralla china, el muro de Berlín, los hormigones de Sharon o las vallas españolas para contener la marea migratoria. Todo cerrado parecía controlado hasta que ha aparecido el revival de Los pájaros de Hitchcock, de los que se sabe que vendrán, incluso se apunta cuándo llegarán, pero se polemiza sobre qué traerán. La información es inagotable, pero impredecible. Científicos que pronostican una pandemia y calamidades sin fin conviven con responsables políticos de todo signo que cierran filas con el «aquí no va a pasar nada, todo está bajo control». ¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Estamos acostumbrados a la racionalidad y por ello a poner distancia con los peligros. Lo complicado ahora es elegir ese sitio tranquilo, al no saber qué harán los pájaros, de vuelo caprichoso. Los que parece que podían haber hecho un poco más son las autoridades de la UE. Se han almacenado vacunas y vacunas, nos llenamos de mosquiteros, que no está mal, pero obviando de dónde viene tanta gripe. Porque, sabiéndose como se sabe que el problema venía de las aves que migran de Asia y África a Europa en primavera, ¿por qué no se ha hecho nada allí? Una vez más hemos construido una muralla, a pesar de que la historia es terca y nos indica que no hay muralla inderribable. La muralla de Troya parecía inexpugnable y cayó por la ambición de los lugareños de acaparar los restos abandonados. Nuestras murallas occidentales parecen que se van a caer por el vuelo de unas simples aves a las que no se impidió contagiarse con las ya infectadas. ¿Quién nos lo iba a decir?, los pájaros instalados en la ruta del mal.