Inmigración sin zanahorias

DAVID RODRÍGUEZ VIDAL

OPINIÓN

19 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

PODRÍA haber sido mucho más épico, pero todo empezó con una subida de precios. Los marroquíes se empecinaron en sus altos sobornos y los campos de minas, no menos peligrosos por olvidados, definían la única alternativa en el desierto que separa Mauritania de Marruecos. Aquí entraron en escena los senegaleses, consumados pescadores; vender pescado en Nuadibú no estaba mal, pero había oficios mejores. Nos mostraron las capacidades de los extraordinarios cayucos para recorrer largas distancias siguiendo la costa. Tiempo atrás eran de madera, pero la fibra de vidrio, los motores Yamaha y los baratos GPS les dieron alas. Al principio, sólo se trataba de sortear la frontera marroquí, siendo los inmigrantes entregados a los traficantes de El Aaiún, pero en seguida cayeron en la cuenta de que, ya puestos, nada les impedía alcanzar Canarias y ahorrarse la mitad del dinero. El éxito fue imparable, no especialmente para los mauritanos, sino para los senegaleses, malienses, gambianos y nigerianos, entre otros, que querían llegar al paraíso. Como todo lo bueno se acaba, también se acabaron los buenos patrones, y los inmigrantes recién convertidos a capitanes se creyeron que bastaba con saber leer los folletos de los GPS. Pero poner proa a las olas es otro cantar. También hizo su aparición la avaricia, que aconsejó cambiar bidones de combustible por unos cuantos inmigrantes más, sin duda menos cebados que los europeos. Al final llegó la tragedia. El público se enteró de que moría gente, ya que cadáveres flotando siempre los hubo -a cientos-, pero mientras apareciesen en aguas de Mauritania, se los llevaba el silencio. Para su desgracia, los subsaharianos son inmigrantes de tercera; no son europeos, ni rumanos, ni sudamericanos, ni siquiera son marroquíes. Carecen de opciones para venir, ya no legalmente, sino de venir a secas. Jugarse la vida cuando se languidece en la miseria no lo ven tal mal. De vez en cuando los cadáveres se apilan en el puerto de Nuadibú y no por ello se desaniman. Ahora vendrán las soluciones, basadas en el viejo método de palos y zanahorias. Claro que estos inmigrantes verán muchos palos, pero ni una zanahoria en su pobre vida.