Nuevos ricos, nuevos gastos, nuevas necesidades

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

23 jul 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

CUANDO se conocen los estrafalarios precios (precios Guinness) de algunos artículos de lujísimo, siempre nos asalta el mismo pensamiento o pregunta: ¿Pero quién puede comprar una cosa así? Coches millonarios para enseñar y lucir; vinos y licores para guardar o incluso beber; ropas para diferenciarse; joyas para parecer; obras de arte para ascender... Pues bien, sean cuales sean, existe todo un elenco de inalcanzables objetos para los comunes mortales, pero que sin embargo alguien compra, y aunque no sepamos quiénes son exactamente, creo que se les puede identificar por la reflexión que se hacen: «Yo sí, yo soy diferente, yo puedo, que para eso me lo gano, y me lo compro». No creo que mi elucubración sea muy científica, pero pienso que los que acceden a esos iconos del consumo más desparpajado son también casos únicos en medio de una generalización de moderación. Nuevos ricos necesitados de demostrar, y sobre todo de demostrarse, que lo suyo es cierto, que han llegado y que con ello cierran definitivamente su pasado. Nuevos ricos que las más de las veces han hecho sus fortunas por métodos directos, es decir, metiendo la mano en el cajón sin parar mientes ni discurrir con lentitud. Es el caso de Camacho, el ya casi olvidado propietario de Gescartera, pendiente de juicio por sus métodos, que condujeron al desastre a no pocos inversores, rodeado de calzoncillos y camisas mileuristas que sin duda le daban sentido a sus hazañas económicas. O el caso del asesor municipal de Urbanismo marbellí, Juan Antonio Roca, que afinó su gusto, a la par que sus meteórica carrera, necesitado de vino Petrus ( su último pedido fue de 350 botellas a 2.000 euros cada una) o champán don Perignon a 300 euros. En esa galería de personajes, y de no menores antojos, se podrían situar también, entre otros bastantes, a los responsables de Afinsa y Fórum Filatélico, que entre sello y sello se recreaban con gustos más clásicos, coleccionando coches, barcos y caballos, obviando de quién era el dinero. Sin olvidarnos del caído en desgracia Javier de la Rosa, otrora campeón de capitanes de yate epatadores del Mediterráneo, y hoy asiduo visitante judicial. Pues bien, para mi doméstica sociología, esos personajes, tan necesitados de parecer y reconocimiento, son los destinatarios agradecidos del lujo-lujísimo; los que compran todo lo que lleva muchos ceros detrás ante la mirada atónita general. Y hete ahí que cuando pensaban que tenían el futuro risueño y asegurado, muy a su pesar, han caído en su propia espiral. De tanto tener, de tanto gastar, han llegado a tanto necesitar que no han podido controlar, y al final se les ha visto la mano. Qué le vamos a hacer.