HASTA hace poco, se debatía de forma acalorada la primacía entre dos sistemas sociales: capitalismo frente a comunismo. Hoy, al menos en los países occidentales, tal vez por el disfrute masivo del bienestar o por el conocimiento de lo que había detrás del telón de acero, lo cierto es que la polémica ha desaparecido y el resultado es que hemos convenido que el sistema capitalista es el mejor, o probablemente el único, y en él se nos permite vivir con autonomía y esperanza, y obviamente con libertad. Lo cual, visto lo visto, es mucho. Pero el capitalismo no puede campar por sus respetos, o, dicho de otra forma, en el capitalismo no puede cada uno hacer lo que le parezca. Los principios liberales de que el Estado debe ser un gendarme de mirada lejana, o, en versión más próxima, un don Tancredo, han devenido en ilusorios. En un mundo tan complejo, cada día es más evidente la necesidad de regulaciones y controles al estar de sobra demostrado que su ausencia camina hacia el descontrol, y en su fracaso son los grupos menos favorecidos económicamente los primeros que se lleva por delante la riada desbocada. El sistema en su estado natural camina más hacia la selva que hacia la civilización. Ha ocurrido recientemente con los ahorradores en las empresas de inversión filatélica que se regían a su libre albedrío. Son los que han visto -ven- cómo pierden sus activos al tiempo que su voz se va ahogando en la perentoriedad de los nuevos aconteceres. Ahora estamos asistiendo a otra representación del más genuino oeste capitalista: las guerras de las opas, de las OPV y demás adquisiciones corporativas. Empresarios agresivos compran empresas para sí o para sus comunes y compiten por todo lo que se les pone por delante. Transforman, con más éxito que los ilusos alquimistas de antaño, en oro todo lo que tocan. Y la pregunta ya no es el saber que han comprado, sino el adivinar qué comprarán mañana en esta múltiple partida de póker de ansiosos jugadores en la que los más osados envidan sin cesar y pagan su participación con créditos en partidas ganadas de antemano. Los vaivenes que se han venido produciendo entre las empresas más importantes de los sectores energéticos y constructivos producen azoramiento y plantean dudas de cuál debe de ser el papel de la Administración. Es obvio que hay que perseguir la información privilegiada y todo aquello que ponga en peligro al sistema, o a los simples ahorradores, o a los accionistas. Pero nada puede objetarse a las operaciones que cumplen con la legalidad. En un mundo global para lo bueno y no tan bueno, lo fundamental es que se cumplan las leyes cuando las empresas españolas compran todo lo que se mueve en Latinoamérica, como cuando es E.On la que nos opa.