Ingeniería parlamentaria

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

15 nov 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

EL REPARTO del Gobierno de la Generalitat catalana entre tres partidos minoritarios, dos de ellos perdedores en las elecciones, suena un poco a fraude al espíritu de la democracia, en la que deben gobernar las mayorías, porque se supone que son las fuerzas que consiguen más respaldo de los ciudadanos. También se podría hablar de ingeniería parlamentaria, porque el resultado final no depende de los electores, sino de los equilibrios, de las sumas, de las uniones, de las estructuras, de los sistemas, de los pactos, de los cálculos de las minorías. En definitiva, partidos políticos que no encuentran el respaldo en las urnas acaban encontrándolo en los grupos parlamentarios. En estos casos de gobierno de las minorías perdedoras no se puede hablar de programas conjuntos, de líneas de gobierno convergentes, de proyectos políticos comunes, de planes sociales de consenso. La experiencia demuestra que lo único que hay es reparto de parcelas. Cada partido político cultiva su finca y procura sacarle la mayor rentabilidad posible a su huerto, siempre para su medro, no para servicio de una causa común o de un proyecto de país pactado. Los presidentes de este tipo de gobierno lo son de su propio grupo, son sectoriales, no pueden coordinar ni imponer su mandato al resto. Los que componen la estructura de reparto sólo están de acuerdo en aprobar los presupuestos, porque cada uno ya se preocupó de sacar la mayor tajada posible, como hacen en los parlamentos. El caso catalán es uno de los más sangrantes de los conformados en España. Se repite una experiencia absolutamente fracasada. Dos de los tres partidos que lo forman han bajado en escaños y en votos reales; es decir, han sido castigados por el electorado. Resulta que ahora adquiere más poder el líder de un partido que había sido separado en el Gobierno anterior, no el de años anteriores, sino el inmediatamente anterior. Carod-Rovira vuelve ahora con más fuerza, con ganas de desquitarse de las humillaciones anteriores. Va a ser presidente de la Generalitat un perdedor de las elecciones, José Montilla, líder de un partido que ha bajado en escaños y en votos. Y va a continuar en el Gobierno autónomo un partido tipo Izquierda Unida al que no votan el 90% de los catalanes. Es como esos premios de la lotería de Navidad que quedan «muy repartidos»: muchos altos cargos, muchos cargos intermedios, muchos nuevos puestos de trabajo repartidos entre muchos partidos, muchos militantes. Y todo esto sucede con una abstención de casi la mitad de la ciudadanía catalana. Y lo peor es que no parece que con este tipo de ingenierías vaya a aumentar mucho el interés de los electores por ir a las urnas. En el fondo no importa lo que digan los electores, lo importante es lo que cocinen los grupos parlamentarios, sobre todo si son perdedores y no alcanzan el respaldo social.