EN LA BATALLA política hemos olvidado las primeras acepciones de la palabra radical como algo perteneciente o relativo a la raíz, a lo fundamental, y hemos restringido su significado a las acepciones posteriores de «partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático». O lo que es peor, denominamos radical a quien tiene actitudes extremosas, tajantes, intransigentes. No nos vendría nada mal rehabilitar el concepto radical en su sentido de argumento profundo, de razonamiento fundamentado, de convencimiento sustentado sobre conocimientos consistentes. Porque en sentido contrario, también podríamos llegar a pensar que todo lo que no es radical es superficial o falto de rigor. En este tiempo, la sociedad está más necesitada de políticos radicalmente honrados, con una honradez fundamentada en ideales estables. Una honradez que no sea de puro decorado para una campaña electoral, para una imagen en televisión o para alegrar el oído de los seguidores. La honradez debería ser radical, fundamentada, asentada profundamente, con permanencia en el tiempo y ajena a las coyunturas. Parece más necesario que nunca que los políticos luchen contra la corrupción urbanística o administrativa de forma radical, convencidos, no sólo de cara a la galería o a las cámaras de televisión, con rigor, con fundamento, con argumentos, con acciones, con legislación. Y en este caso, también pueden aplicar los conceptos opuestos como tajante o intransigente. Porque hay situaciones sociales que deben resolverse de forma radical, o, como se dice ahora, con tolerancia cero, que es lo mismo que decir con intransigencia, pero sin decirlo. Tolerancia cero es no tolerar nada, es no transigir con ninguna componenda y esa es una actitud radical. Se necesitan más que nunca políticos que defiendan la libertad de los ciudadanos de forma radical, fundamentada, convencida, con argumentos sólidos, con rigor. La libertad debería ser defendida con hechos, es decir promoviéndola, no buscando formulas para restringirla. Un defensor radical de la libertad es el mejor defensor de la libertad, y aquí no se le puede aplicar la acepción de tajante o intransigente. Son necesarios políticos que defiendan el diálogo de forma radical, convencidos de que es la mejor manera de solucionar los conflictos sociales, no sólo como una necesidad de la coyuntura, del equilibrio o de la falta de apoyos ocasional. El recurso al diálogo debería ser un convencimiento radical, fundamental del político. Se necesitan políticos que defiendan la dignidad de las personas de forma radical, profunda, con todas las consecuencias, que se dediquen de lleno a resolver los problemas de los sueldos bajos, del derecho al trabajo, a la estabilidad laboral o a unos seguros de desempleo dignos, a lograr unas pensiones justas. Son objetivos fundamentales, radicales, que deben prolongarse más allá que una campaña electoral.