DICE Marina Mayoral que dice Víctor Freixanes que los columnistas no debemos escribir sobre asuntos personales, pero Marina nos da un hermoso y bien escrito asunto personal con el responso de san Antonio en protagonista. Un responso que tampoco practiqué yo nunca, pero llegué a sabérmelo de corrido con tanto oírselo a abuela, madre y tías, pero háganme el favor de entender que tuve buena memoria joven y no me vayan a pensar que soy nieto, hijo y sobrino de perdularias. El caso es que en estos últimos meses, pongamos que desde que se abrió la veda de mis señoras, los alifafes, aunque ya sabiamente puestos en menguante, todavía me tenían a media dieta en mis juergas místicas y lloraba yo mis paraísos perdidos más que Boabdil su Granada y, como te decimos por aquí, no los daba encontrado y, lo mismo que Marina, decidí probar con el responso. Cerré los ojos para que mi fe fuese más ciega y ya no tuve que pasar de «Si buscas milagros, mira¿», porque se levantó una brisa que me hizo mirar y ¡hale hop! ¡yo estaba en el Lóuzara! Milagro de mayor cuantía porque al Lóuzara, señoras y señores, hay que echarle de comer aparte desde que nace Louzarela hasta que en el corazón de O Caurel se entrega a esa Suma Perfección que también llamamos río Lor. El Lóuzara y su orgía de lameiros, amieiros, nogueiras, castiñeiros¿ Caurel abajo me esperaba para redimirme de abstinencias. Y más arriba, en Airapadrón, me esperaba un cabrito, literalmente un cabrito, de esos que no tienen culpa de ser cabritos y están en su punto de horno. Pescar en el Lóuzara de Santalla de Abaixo a la de Arriba fue mañana gloriosa y, si me preguntan cuántas pesqué, pues, como iba diciéndoles, el cabrito estaba de cine y, además de que el responso de san Antonio tiene sus límites de eficacia, el Lóuzara te hace un favor dándote motivos para la revancha con la compañía de etiqueta negra que yo tuve. El deseo insatisfecho tiene su punto de gracia muy por encima del llenazo y del éxito que bien sabían los griegos antiguos que podría infatuarte, indigestarte y hacerte creer alguien al lado de O Courel y de su Lóuzara. Pero a aquella paz de O Courel y del Lóuzara también había llegado la trapisonda de la campaña electoral. Poca trapisonda, pero alguna. No se oía a Acebes ni a Pepiño, pero detrás de la curva asomaban las fotos de los candidatos, cuando mejor sería que asomase un corzo. Todos prometían, pero con moderación y con pudor de la lengua propia y respeto a las entendederas ajenas. Porque me parece que, si largasen a escala de lo que oigo y leo largar por ambientes y candidatos urbanos, pedirían el voto a cambio de un teleférico para subir de Ponte Lóuzara a Pedrafita, un AVE ligero para bajar de Seoane a Quiroga, un aeropuerto para peregrinos en O Cebreiro, o una Cidade da Cultura Gandeira en Vilarbacú... por poner algún ejemplo de lo que puedes prometer cuando no vas a rascar bola o cuando el dinero del contribuyente te pone cachondo de más.