LOS ESCRITORES -un gremio laboral que, por supuesto, incluye a los periodistas- llevan siempre un profeta dentro. Sin profecías no hay literatura de ningún género. Un profeta -o, si se prefiere una denominación con menor carga sacerdotal, un escritor- de alto rango es José Saramago, quien, por cierto, como tantos cientos de grandes escritores de los dos últimos siglos, aprendió el oficio literario trabajando en un periódico. Saramago, además de ser un magnífico escritor, es un sabio agitador y, por tanto, conoce a fondo que, cuando tocamos la fibra de la etnia, de la nación o de la religión, al instante saltan chispas. Él las ha tocado en sus novelas y ha provocado más de un incendio ideológico. Sus declaraciones al lisboeta Diario de Noticias, que vaticinan que Portugal terminará un día como comunidad autónoma de España, en un país integrado por varias Españas, como se dijo durante siglos, y de Portugal bajo el nombre acogedor de Iberia -así llamaron los griegos a la costa levantina y, por extensión, a la totalidad de la península Ibérica-, han provocado el primer gran incendio ideológico del verano. Otro gran profeta, el ministro de Asuntos Exteriores de Portugal, ya ha respondido a estas declaraciones que se necesitarán décadas para que pueda darse esta integración. Lo que más me ha gustado de las declaraciones del ministro es su no escasa precisión aritmética. Él ha dicho la palabra décadas -es decir, como mínimo, dos, y por tanto 20 años, o quizá tres, o seis o 70 décadas, porque realmente no ha dicho cuántas- y, por tanto, los portugueses y los españoles que no desean la fusión de los dos países pueden dormir tranquilos. De paso, no está de más recordar que, de todos los géneros literarios practicados, el más peligroso es el del periodismo. En el primer semestre del 2007, más de cien periodistas han sido asesinados en el mundo. Los profetas de otros géneros literarios -poesía, narrativa, teatro, ensayo, letras de canciones¿- por fortuna, y salvo excepciones, sufren agresiones de un rango menor.