El paso del tiempo. Unas veces reconforta. Otras, atropella. Y siempre acaba convirtiendo la vida en un inmenso almacén de recuerdos. En esos viajes al pasado se corre el riesgo de volver con exceso de equipaje, de sucumbir al síndrome de Diógenes y guardarlo todo, porque suele ocurrir que la sacarina de los años endulza lo que en su momento supo más amargo. Se van coleccionando efemérides propias y ajenas. En este marzo del 2012 se avanza rumbo al aniversario de los cien años del hundimiento del Titanic y, en estos tiempos que corren y casi vuelan, quien más y quien menos siente cierta afinidad con aquellos pasajeros del flamante trasatlántico que acabó en el fondo del mar. Aunque de aquel barco ya no quedan supervivientes. Por lo que se ve cada vez más lejano, más perdido en las profundidades del transcurso de los días. Pero hay otras fechas marcadas en el calendario de los ilustres que todavía siembran las conversaciones de «parece». Parece mentira y parece que fue ayer. Así llegaron los 85 años del escritor Gabriel García Márquez. Se cumplieron ya diez años de ese festín en casa del rico que fue el Centenariazo. Y falleció a los 86 años el británico Robert Sherman, el compositor de las canciones de Mary Poppins. Son indicadores del goteo del tiempo que más o menos tocan de cerca. Porque todo el mundo tiene un rincón geográfico o sentimental en el que sitúa su propio Macondo. Porque la mayoría sueña con pellizcar, aunque solo sea una vez, a su particular Goliat. Y porque casi todo niño ha intentado cantar o pronunciar de un tirón supercalifragilisticoespialidoso. Vivencias. No cotizan el bolsa. Pero no hay mayor pérdida.