Quizás los dos paradigmas jurídicos de los que más se echa mano en los tiempos actuales sean bastante falsos. Me refiero a la presunción de inocencia y a la celebración de juicios paralelos.
Se presume inocente, y se predica, aquel del que no se ha declarado su culpabilidad. Siguiendo esas pautas, todos somos inocentes hasta el momento de ser declarados culpables por sentencia firme. Las cosas, sin embargo, no son así. Desde que una persona es detenida o inculpada se presume justamente lo contrario, se presume su culpabilidad; de ahí que se tomen medidas contra él, tales como seguir adelante el procedimiento u otras más graves como enviarlo a prisión. La inocencia no opera en esos momentos, y solo surge cuando uno va a ser sometido a juicio. Para ese trance el juez debe hacer una abstracción, partir de cero y valorar las pruebas de cargo que se dirigen contra el sentado en el banquillo. Ahí sí que se presume la inocencia pues son las pruebas inculpatorias las que han de hacer modificar, en su caso, esa situación de inocencia con la que uno se sentó delante del tribunal.
El segundo de los paradigmas señalados, los juicios paralelos, goza de mala fama, sin perjuicio de que sea consecuencia, a veces inevitable, de un proceso transparente. Cuando los ciudadanos tenemos noticia de detenciones, de declaraciones y de pruebas de una persona a la que se le ha abierto un expediente judicial, si es notoria por sí misma o por el asunto, solemos conformar nuestra opinión e incluso la expresamos de forma colectiva. Se celebran encuestas sobre el particular y en casos extremos se sale a la calle a defenderlas. Sírvanos de ejemplo lo ocurrido en Los Ángeles en 1992, cuando un negro llamado Rodney King había sido apaleado por varios policías blancos. Un videoaficionado grabó el incidente que vieron muchos a través de la televisión. Se les juzgó por un tribunal del jurado, en el que todos los componentes eran blancos, y se absolvió a los policías. La reacción popular, fundamentalmente negra, fue brutal. Hubo revueltas que acabaron en varios muertos... El juicio se repitió y hubo condena para un policía. Es un caso extremo de una población que había tomado partido, que había celebrado su juicio.
No se me escapa que con frecuencia los juicios paralelos obedecen a intereses espurios de algún medio de comunicación que mueve el agua a su conveniencia. Se trata de asuntos politizados o con carga ideológica. Pero con todo y con eso, para determinados asuntos graves o de la farándula, los juicios paralelos son inevitables.
Volvemos a lo terrenal, estamos llenos de culpables por asuntos de corrupción, que tendrán que demostrar su inocencia, pero también de culpables creados por determinados medios de comunicación que desgraciadamente también tendrán que demostrar su inocencia. Se ha formado un batiburrillo desolador y se echa de menos la existencia de algún tipo de control y de responsabilización por lo vertido sin límite. Las normas penales existentes no han logrado parar el «calumnia que algo queda».
La transparencia es fundamental, pero hay veces que, amparándose en ella, lo que se quiere es hacer rodar cabezas erigiéndose en tribunal.