La vieja Francia, asustada, se ha echado en brazos de François Hollande, y quizá esto sea lo mejor que le ha podido pasar a Europa en las elecciones galas. Porque la victoria socialista del domingo representa la esperanza de que hay una alternativa para la rígida política de austeridad que impone Berlín. «Otra salida de la crisis es posible», dicen muchos, sobre todo en el espacio de izquierdas, confundiendo quizá sus deseos con la realidad. Porque, como me decía este lunes una autoridad económica, también pudiera suceder que «otro error es posible». Es decir, que la medicina que propone Hollande desprende un buen aroma, pero nadie sabe si puede curar nuestros males.
Personalmente, me parece bien que, frente al monólogo germano, se imponga el diálogo, no solo franco-alemán, sino entre todos los países de la Unión Europea. Porque la crisis que padecemos no se ve igual desde todas las capitales estatales, ni hay una sola nación que, por mandato divino, sea poseedora de toda la razón. Si la llegada del nuevo presidente francés sirve para que se recupere un discurso verdaderamente europeísta, nuestros colindantes galos nos habrán hecho un gran favor a todos (aunque esto no estuviese para nada en sus cavilaciones electorales, como sabemos bien sus vecinos).
Sin duda, en las elecciones francesas se ha impuesto la percepción de que Sarkozy cometió un error con su casi incondicional proximidad a Alemania. Por ello -por esa percepción- sus conciudadanos han preferido votar a Hollande, un hombre que propone establecer distancias, tener ideas propias, escuchar a los propios (franceses) y alcanzar acuerdos con los ajenos (todos los demás). Es, pues, una realidad que a Sarkozy lo ha derrotado Merkozy, esa especie de dios Jano con dos caras iguales. Hollande ha ofrecido, en cambio, la imagen de un político tranquilo que sabe leer en las caras de los ciudadanos. ¿Y qué ha visto en ellas? Orfandad, miedo, perplejidad y, lo que es peor, la convicción de que el horizonte está atiborrado de nubarrones. El hombre tranquilo ha sabido ofrecer lo único que de verdad tenía un valor añadido en esta situación: la visión sosegada de quien dice tener la hoja de ruta que conduce a un futuro mejor. Veremos.