La lengua con rimas entra

Ramón Irigoyen
Ramón Irigoyen LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

12 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

En el nuevo plan de estudios que prepara el Gobierno, junto con matemáticas y ciencias, la lengua será una de las materias fundamentales. ¿Hay algo más evidente que la lengua es la materia reina del plan de estudios? Con la lengua nos comunicamos oralmente y por escrito a lo largo de toda nuestra vida. Una palabra afortunada puede incluso evitar un crimen. Y lo contrario también es verdad. Un insulto no controlado, en algunas ocasiones, habrá acabado en un navajazo.

Hablar bien y escribir bien son dos artes supremas. ¿Cómo se aprende a amar la lengua? Es muy sencillo: teniendo padres y maestros que amen la lengua y transmitan a los niños ese amor con la riqueza de su vocabulario y la musicalidad de sus frases. Nunca hay que olvidar este principio: en una palabra importa tanto su significado como su sonido. Es vital aprender a distinguir las palabras que suenan bien de las que destrozan los tímpanos. Del mismo modo que los padres enseñan a los niños a cepillarse los dientes, también deberían enseñarles a hacer pareados. Cuando hacemos rimas el lenguaje es mágico. Los profesores deberían hacer con los niños, adolescentes y adultos cientos de pareados y, por supuesto, pareados disparatados sin el menor miedo al delirio. A hablar aprendemos hablando. A leer se aprende leyendo mucho en voz alta y enseñando a los niños a modular la entonación, a comprender los textos, a sentirlos y a disfrutar con la musicalidad de las palabras. Y, en la lectura de versos, hay que hacer siempre la pausa versal de final de verso, de la que nunca hablan los manuales de lengua.

¿Y cómo se aprende gramática? Por desgracia, los manuales escolares de lengua no suelen ser muy afortunados. Pero hay una gramática genial: La gramática descomplicada (Editorial Taurus), del periodista Álex Grijelmo, recomendabilísima para estudiantes y profesores y para la afición en general. Álex Grijelmo ama la lengua, conoce la gramática profundamente y, como excelente periodista, divulga su sabiduría con una claridad maravillosa. Y hay que repetir: al final de cada verso hay que hacer una pausa: ¡la pausa versal! El prosista que no educó su oído leyendo y escribiendo versos suele escribir una prosa con ritmo muy mejorable.