Reina el desconcierto. La gente ha dejado de creer en palabras y se aferra a casi nada, que es casi todo. Se abraza a lo que tiene cerca porque el resto ya le queda lejos. Lejos los políticos, de los que desconfía. Lejos la prosperidad, que se ha ido deshilachando al ritmo del paro y los recortes. Lejos de los salvadores que prometen soluciones y nunca fueron la solución de nada. La gente ha perdido la esperanza. Por eso muchos no irán a votar y otros votarán en contra de todo: en contra, incluso, de sí mismos. El Estado de bienestar no es igual para todos. Está el bienestar de los que cobran cinco mil euros al mes, un diputado cualquiera (y después protestan porque Feijoo quiere reducir su número), y están los que cobran 450 euros. Reina el desconcierto. Y también la desilusión (alguna vez fuimos ilusos).
Esta semana pasada hemos vivido otro laberinto. Cada semana es un laberinto transformado: prima de riesgo, eurobonos, judicatura, rescate? y así podría sintagmatizar cada hebdomadario del último año. Esta, la última semana, ha sido de Cataluña: piden la independencia. Es una palabra que le queda bien a la boca. Tú dices independencia y concitas cercanías inmediatas, afectos y canciones. Pero cuando gritas independencia no es el intelecto quien habla, sino la pasión. La pasión tiene sus cosas. Algunos apuestan por ella en la vida, pero la política es otra circunstancia. Ignoro cuántos empresarios desfilaron al ritmo del predicador Artur Mas en Barcelona. Imagino que no muchos. La independencia de Cataluña queda bien para cantarla, pero es un desastre para los ciudadanos: sin euros, con frontera, sin liga española, sin cava en Madrid, con la renta per cápita partida por la mitad, con calçots pero sin rioja. Jorquera también habló en Galicia de independencia. A Beiras, perorando de la «barbarie» del PP, aún no le ha dado tiempo.
He aquí el panorama. La gente escapa del paisaje como si quisiera no formar parte de este cuadro de Turner: tempestuoso. Queda Pachi Vázquez, el nuevo Robin Hood que afeitará (proclama) el peto de los ricos. Él, que alguna vez -dicen- se fue al hipódromo en lugar de ir a la manifestación del Primero de Mayo. Podía haber ido en coche, como Abel Caballero.
Me avergüenza lo que escucho y veo. La esperanza es un agujero.