Con motivo de la muerte de Santiago Carrillo, el socialista Alfonso Guerra hizo una reflexión que no tiene desperdicio. Dijo que antes, cuando empezaba la transición democrática en España, los mejores iban a la política y que ahora esto no está ocurriendo. No hizo falta que explicase las consecuencias, que saltan a la vista. Y está bien que no haya cometido la torpeza de excluir a su partido de esta evolución negativa, porque lamentablemente no hay excepciones. Los pesos pesados han desaparecido y en su lugar brujulean unos fieles segundones incapaces de seducir a nadie, salvo a su jefe.
Le comenté esto a un alto funcionario de los tiempos de UCD y me dijo que, a su juicio, había una explicación: «Entonces, los políticos queríamos servir al Estado y ahora solo quieren servir a su partido». ¿Será tan simple? La realidad es que basta leer las declaraciones de los de hoy para darse cuenta de que solo persiguen el poder. Tal vez por ello, en vez de reflexiones constructivas, repiten sin parar consignas dirigidas a destruir los argumentos del contrario.
Creo que Alfonso Guerra puso esta vez el dedo en la llega. Necesitamos políticos bien preparados que se dirijan a nosotros con talento y con respeto. De lo contrario, no deben sorprenderse si crece el desafecto y aumenta la abstención. Porque votar, que para mí es un deber ciudadano, no es una obligación legal imperativa. Puede uno quedarse en su casa si nadie lo convence. Y este es el problema, porque si votan pocos, el resultado, siendo legal, no es bueno y delata una situación política insana.
Decía Chesterton que «si no logras desplegar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político». Cabría pensar que algo de esto está ocurriendo en España (y no solo en España). Los mejores no están en los partidos y habría que preguntarse por qué. No es posible recuperar la confianza ciudadana sin la presencia de pesos pesados en los partidos políticos. Incluso para incumplir promesas electorales son necesarios los mejores, porque luego hay que saber explicar por qué no ocurrió lo que se predijo.