Vieja Europa

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

03 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Se puede decir que, a estas alturas de nuevas crisis e historias repetidas, solo hay un terreno en el que Europa es un todo y no un viejo rompecabezas encajado a martillazos. Sobre el tapiz verde de un campo de golf en el que se juegue la Ryder Cup. Esta competición se ha convertido en una metáfora. Antes era una batalla en la que Estados Unidos campaba frente al Reino Unido. Hasta que los británicos se asomaron al continente y se asociaron con sus vecinos para abandonar su papel de rival menor, de antiguo convidado a la fiesta del gigante americano. Y cada edición consigue transformar un deporte elitista que pisa la cima del individualismo en una especie de lucha de tribus, primitiva y emocionante. El carisma de Severiano Ballesteros, ese profeta póstumo en su tierra que fue santificado en vida en la cuna del golf, fue el pedernal del que saltó la chispa necesaria para prender un fuego. Y la llama no se ha apagado ni después de su muerte. No deja de ser un guiño travieso que un alemán diera el golpe definitivo que permitió a los europeos mantener la Ryder en tierra hostil, con el viento en contra. Y que el capitán fuera un español duro que no pudo contener las lágrimas al saborear un empate triunfal aliñado con ese dulzor amargo de lo que ya no volverá. Y que fuera un inglés el que mantuviera el pulso de todo el equipo. Antes de la remontada, Olazábal dijo a sus jugadores que la Ryder es una extraña mezcla de sueños y recuerdos. El impulso del pasado multiplicado porque muchos pies diferentes pisan el acelerador. Algo viejo. Algo nuevo. Y algo azul. Como Europa.