
Las elecciones del 21-O se celebraron en un contexto de crisis, recortes, malas previsiones económicas y anuncios de rescate, ante el que el balance de Feijoo no podía aportar un solo dato económico que avalase su gestión. Situación en la que muchos progresistas esperaban cambiar la hegemonía de la derecha en Galicia.
Ciertamente, esa oportunidad de cambio existió, ya que el PP perdió más de 100.000 votos. Sin embargo, los electores suspenden y castigan en mayor medida a la oposición que al Gobierno, ya que el partido socialista pierde 190.000 votos y el BNG deja 122.000 votantes por el camino. Parte de la debacle electoral de las fuerzas parlamentarias progresistas, lo recupera AGE que emerge como tercera fuerza política en Galicia con más de 200.000 votos. Pero dicha irrupción no permite compensar la caída de la izquierda ampliando la mayoría absoluta del PP.
El partido socialista con una caída del 40 % de apoyos y 10 puntos en porcentaje de voto, tiene su peor resultado desde el año 1981 y la mayor caída electoral de su historia. Situación que se agrava en aquellos entornos urbanos, en los que es o está próximo a ser la tercera fuerza política.
La histórica derrota del socialismo gallego hace imprescindible analizar esta pérdida de credibilidad y confianza, asumir responsabilidades e iniciar una profunda renovación. Entre las razones de esta derrota, más allá de la debilidad de la marca PSOE, sin duda deben estar las estrategias cortoplacistas donde, en ocasiones, el titular de prensa sustituyó la coherencia, el realismo y el rigor. También, el blindaje de una organización encerrada en si misma y en problemas internos, más preocupada de atornillar a los cargos en la ejecutiva que de los problemas de los ciudadanos y de abrirse a la sociedad. La descapitalización de un partido incapaz de poner en valor su tarea de gobierno y, por lo tanto, huérfano de proyecto de país para Galicia. La pérdida de liderazgo social y la incapacidad para ofrecer un proyecto progresista y galleguista, que ofrezca una alternativa realista y solvente para hacer frente a esta crisis y mejorar el reparto de sus costes. Todo ello explica la pérdida de votos socialista y amplifica la fragmentación de la izquierda gallega complicando la presentación de una alternativa creíble a la derecha.
A partir del diagnóstico y de la necesaria asunción de responsabilidades ante esta derrota, el PSdeG tiene por delante el reto de que una gestora, inequívocamente neutral, facilite la realización de un congreso que renueve ideas, proyecto, modelo de partido, equipo y liderazgo. Un proceso transparente, limpio y abierto en el que los militantes puedan participar activa y directamente, bien distinto al menu precocinado y teledirigido de hace cuatro años. Un reto ambicioso e ilusionante del que depende no solo el futuro del socialismo gallego y su presencia en el ámbito autonómico o local, sino la posibilidad de generar una Galicia más justa, competitiva y responsable.