E n los días finales de de este año se han colocado nuevos cinemómetros (radares) en las carreteras gallegas. Están universalmente aceptados y es incuestionable la bondad de su rendimiento para la seguridad vial, desde la estimación de las velocidades excesivas como factor prioritario de peligro en la causalidad de los accidentes de tráfico.
Prima su fuerza coactiva, apta para fomentar conductas mesuradas en el orden de la obediencia debida al sistema legal. De hecho, la mayoría del censo de conductores no han de modificar sus hábitos en el uso del automóvil y aceptan sin tacha estas aplicaciones tecnológicas al tráfico. Otra cosa ocurre con los adictos a la marcha veloz, para los que el automóvil mide su bondad y hasta su utilidad en relación con las velocidades que puede alcanzar.
De todas formas, para algo está la imaginación comercial, dispuesta a que el conductor disconforme con los fines de la normativa adquiera ingenios avisadores de la proximidad de radares, de manera que hurte a sus ojos mecánicos, en determinados puntos del camino, el lado oscuro de su comportamiento.