Corrupción: los desastres de la perra

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

23 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Si, como creen algunas almas cándidas (sectarias, pero cándidas), la corrupción fuera exclusiva de un partido, el problema podría resolverse de un plumazo: bastaría con echarlo, por medio de elecciones, de todas sus esferas de poder para tener un país limpito y presentable, donde se cumpliría escrupulosamente no solo la ley sino también lo que exige la decencia.

Pero, ¡ay!, basta con mirar alrededor para constatar que la corrupción se ha metido en los tuétanos de España, de modo tal que nunca tenemos un único escándalo encima de la mesa.

El que ahora afecta al PP es monumental, pues, de ser ciertas las gravísimas acusaciones vertidas contra una parte de sus actuales o pasados dirigentes -haber cobrado sobres por debajo de la mesa (es decir, sin control alguno de la Agencia Tributaria)-, el partido de Rajoy quedaría, con toda justicia, muy desgastado ante la opinión pública española.

Aunque de nada le servirá al PP para librarse de las responsabilidades en las que pudiera haber incurrido por hacer mangas y capirotes con las perras argumentar que otros hacen cosas iguales o peores, lo cierto es que es así: que al mismo tiempo que ha estallado el caso Bárcenas hemos conocido los sucios enjuagues de la Fundación Ideas que preside Rubalcaba, mientras llevamos semanas siendo informados de los trasiegos de dinero de la familia Pujol y del partido, Convergencia, que parece su finca personal, o de los manejos de Unió en el caso Pallerols.

Muchos políticos están convencidos de que las acusaciones de corrupción se contrarrestan entre sí y de que, al final, en medio del rebumbio, los ciudadanos acaban por cansarse de tanta suciedad y por perdonar a todos dado que todos se comportan a sus ojos de un modo parecido.

Yo creo que no es cierto, y que la corrupción opera sobre la confianza de los ciudadanos en el sistema democrático del mismo modo que lo hace la carcoma sobre un mueble de madera: poco a poco, con un resultado devastador, aunque apenas perceptible, que solo llega a verse cuando todo está perdido. Los efectos de la indignación ciudadana ante la corrupción también tardan en llegar, pero cuando lo hacen son incontenibles.

Por si ese desastre, que se producirá antes o después si los partidos se empeñan en actuar con tanta desvergüenza, fuera poco, la crisis ha provocado otro adicional: que la corrupción aleja su final. Pues, ¿quién querrá hacer negocios en un lugar donde los latrocinios, comisiones ilegales y gabelas campan a sus anchas?

Que nadie se equivoque, por lo tanto: la corrupción hace daño a los partidos afectados y, al ser tan general, desmorona la confianza popular en el funcionamiento del sistema democrático; pero le hace también un daño inconmensurable a la imagen del país en el peor de los momentos que es posible imaginar.