Los ojos de esos niños

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Inevitablemente va a ser otro juicio mediático. Ya lo está siendo, con todas sus consecuencias: atención morbosa de cientos de periodistas, exámenes del lenguaje corporal del procesado, argucias de defensa, papel del jurado y lucha por unas décimas de audiencia en las televisiones. Estamos ante otro de los juicios del siglo, donde la opinión pública ya ha decidido quién es el culpable. A José Bretón se le viene juzgando y condenando desde el mismo día en que supuestamente mató a sus hijos y los quemó en una hoguera en la finca trágica y premonitoriamente llamada Las Quemadillas. La justicia de la sociedad se adelantó, como siempre, a la justicia oficial.

Vamos a asistir a una representación apasionante, cuyos perfiles hemos podido vislumbrar en las dos primeras jornadas de la vista. Hemos contemplado a un defensor que se dedicó a impresionar al jurado presentando a su defendido como un hombre afectuoso, mientras la familia de su exmujer es la expresión de la maldad, que hasta ponía ajo molido en el biberón de los niños. Este letrado nos va a brindar muchas sorpresas a lo largo del juicio. Sabe que al jurado no se le impresiona con argumentos legales, sino por la vía de los odios, los afectos y los sentimientos, y se va a emplear con descaro en su explotación.

Y después, el propio Bretón. Es, para entendernos, un criminal de libro: calculador, frío, que no se derrumba en los interrogatorios ni ante la presión policial. Ayer lo hemos visto igual que el primer día. Como si estuviera representando una obra teatral muy ensayada. Dicen que hay actores que se identifican tanto con su papel que acaban representándolo en la vida real. Bretón es uno de ellos. Escribió su argumento. Lo pulió en las partes más débiles. Se convenció a sí mismo de que eran falsas las evidencias que lo delatan. Y, para conmover al público, fabricó su propio personaje, al que revistió de características entrañables: buen padre, querido por sus hijos, entregado a su educación y víctima del desamor de su mujer.

Como obra de teatro y actuación personal, memorable. Pero el criminal nunca gana. Al final, las contradicciones acaban por delatarlo, y ayer se vieron unas cuantas. La negación de pruebas funciona ante jueces muy garantistas, pero no puede funcionar cuando están avaladas por testigos, cámaras de seguridad, gasolina comprada sin razón y huesos sin ADN, pero de niños de la edad de sus hijos. Lo veo en televisión y me impresiona su apabullante seguridad. Pero antes he visto los ojos de esos niños. Y lo único que puedo pensar es que ni la más bestia de las bestias sería capaz de matar a esas criaturas. Ante el gran actor que representa en Córdoba se puede sentir todo, menos piedad.