De viaje por las rías gallegas

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

07 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Encontré entre mis viejos papeles una serie de reportajes periodísticos redactados por Cayetano Luca de Tena en el verano de 1972, publicados en la revista Blanco y Negro, hoy desaparecida. Se titulaba Verano por las rías gallegas y la cornisa cantábrica. Su lectura fue más una entrega a la melancolía que una aportación a la afición al conocimiento. Fue como revivir las imágenes y la vida de una Galicia lejana que yo también viví y de la cual guardo impresiones parejas a las del autor. Dos fueron los entornos que encendieron su mayor admiración: la costa de la ría de Pontevedra y As Mariñas coruñesas. Las fotografías de García Pelayo son muchas veces el recuerdo en imágenes de una Galicia lamentablemente perdida por la avaricia especuladora, por la masificación y por la falta de cultura estética. La «aristocrática belleza» de la isla de «La Toja», la «armoniosa curva» de «Sangenjo», «la recóndita e idílica belleza» de «Rajó», la costa de Placeres o Lourizán, «de playa en playa y de asombro en delicia», o las dunas de A Lanzada, «con un paisaje incontaminado», son adjetivos que la estulticia y el mal gusto condenaron al olvido y al feísmo urbanístico más injustificado.

En la costa de Vigo no faltaron atentados, como el de Toralla, pero las percepciones de ayer pueden ser compartidas por los viajeros de hoy, y en el resto de las rías muchas cosas mejoraron con respecto a entonces, siendo el balance más positivo de lo que a veces se dice. Afortunadamente As Mariñas coruñesas, hoy reserva mundial de la biosfera, lograron mantener parte de su esencia, que en su día llevó al autor a decir: «Quisiera uno quedarse en este paraíso por no sé cuánto tiempo»; al igual que en las Rías Altas del norte, es decir de Cedeira, de Ortigueira y de O Barqueiro, «donde la belleza no necesita teorías para su descripción».

Si después se coteja la lectura gallega con lo que el mismo escritor dice de la costa vasca y santanderina, y unas imágenes con otras, comprobamos cómo la distancia entre los extremos de la ruta era mucho mayor que ahora en calidad de vida, en mejora de las poblaciones, en las carreteras y en la valorización de los entornos naturales o en la conservación del patrimonio histórico, aunque la calidad de la arquitectura y del urbanismo nunca hemos logrado recuperarla.

Pero también allí los destrozos de la masificación turística y del desarrollismo urbano fueron importantes, probablemente con un saldo inverso en comparación con el punto de partida, salvo excepciones, naturalmente, como por ejemplo la costa vizcaína, cada vez mejor cuidada, como si de una prolongación del milagro urbanístico bilbaíno se tratase. Por eso, no todo es mejor más allá de nuestras latitudes, ni todo lo hemos hecho mal, aunque sin duda hubiéramos debido hacerlo mejor. Aún estamos a tiempo de seguir avanzando. A lo mejor la crisis en esto nos ayude.