El presidente que acabó con las guerras de Irak y Afganistán está a punto de embarcarse en su propia aventura militar. El castigo que ha dispuesto Barack Obama contra Siria por cruzar la línea roja que él mismo marcó será limitado en el tiempo y en los objetivos. Nada que ver con las invasiones precedentes. El objetivo es enviar un mensaje de advertencia a Bachar al Asad y nada más. Eso es lo que se anuncia, pero nada está escrito. Obama parece buscar solo lavar su imagen frente a los que lo acusan de inacción frente a las atrocidades de Damasco. Nunca ha querido embarcarse en una guerra en el polvorín de Oriente Medio ni facilitar la victoria de una oposición plagada de yihadistas.
Si en Libia dejó que todo el peso de la intervención contra Gadafi recayera sobre Sarkozy, esta vez es él el que ha buscado el respaldo de británicos, franceses y árabes. Pero esta vez Rusia no permite que cuente con el aval de la ONU y por eso ha echado mano del precedente de Kosovo, cuando otro presidente demócrata, Bill Clinton, debilitó al Ejército serbio con una campaña de bombardeos liderada por una OTAN bajo el mando de Javier Solana. Una campaña en que el término daños colaterales marcó los partes de guerra.