Te piden que escribas unas palabras sobre María de Villota. Si solo pudiera escribir una, sería luz. Porque eso es lo que veías cuando la conocías. María tenía esa luz que resulta de la mezcla del optimismo de los creen que les queda mucho por vivir, y la determinación de disfrutar cada día como si fuera el último.
Después, María se revelaba como muchas más cosas. Una mujer guapísima, dulce, pequeñita, coqueta, con una piel que parecía sacada de La Fábrica Real de Porcelana de Meissen. Pero, especialmente, es su sonrisa y su mirada lo que impactaban cuando la tenías cerca. Ella decía que ahora veía mas que antes del accidente, y no era un titular. Yo me lo creo, me lo creo porque no había más que verla para saberlo. Esa era una de las lecciones que ofrecía sin darse importancia. La de demostrar que muchas veces vale más la valentía de la voluntad que los propios recursos en sí mismos. O en sus propias palabras, «es fundamental ser tu mejor versión», esa que cada uno de nosotros llevamos dentro, y casi todos ignoramos porque requiere esfuerzo, fortaleza y generosidad.
Para María, lo que de verdad importaba era su familia, los valores que le supieron transmitir y que ella trataba de compartir. En la pérdida, me siento profundamente afortunada por haber tenido la suerte de conocerla. Espero que a todas las personas que la querían, especialmente a su familia, a Arancha, a sus amigos, que la acompañaban por la vida siguiendo su estela de luz, esta certeza les consuele.
Creo que la vida de María la conoce todo el mundo, de manera que no son estas las líneas para hablar de su carrera. Solo quiero tratar de plasmar un poquitín de su ingente y luminosa alma. Decía María que, al final, ganar o perder, incluso llegar o no llegar a la meta, no es tan importante. Que lo que de verdad importa es lo que haces durante, en la carrera, en el recorrido. Eso sí, sin bajar la mirada del foco que deseas, pero sin orejeras, como los burros, que eviten que veas todo lo que dejas y tomas por el camino. Todo esto y mucho más, como la toma de contacto con la vulnerabilidad de la vida, que los cobardes tratamos de ignorar y los valientes como ella afrontan, es lo que María contaba en el libro que iba a presentar mañana, lunes, en Madrid, La vida es un regalo.
Pero el verdadero regalo es ella. Ese ángel tuerto que ve por dos con los ojos del corazón, como el Principito de Saint-Exupery, al que tanto me recordaba física y humanamente.
En definitiva, nos enseñó que todos podemos ser más, dar más, y ser el cambio que queremos ver en el mundo, que es en realidad lo que de verdad importa.