Los XXII Juegos Olímpicos de Invierno, que se van a celebrar en Sochi (Rusia) entre el 7 y 23 de febrero, constituyen una gran prueba de prestigio para el presidente ruso, pues el país se va a presentar en la escena internacional con una organización olímpica capaz de superar los problemas que supone no solo la organización de esta envergadura, sino también los conflictos internos que le plantean sus adversarios políticos de todo tipo.
El primero es la cuestión financiera. Se le achaca que estos son los Juegos Olímpicos más costosos de la historia. Estaban presupuestados en 9.000 millones de euros y van a salir cuatro veces más caros. Por eso el presidente de la Federación de Esquí, el suizo Franco Kasper, declaró que los organizadores se han quedado con la tercera parte del presupuesto.
Por otro lado, el terrorismo islámico se ha hecho presente con dos atentados sangrientos en Volvogrado a finales de diciembre para demostrar que podrían atentar durante un evento deportivo en el que Putin se juega su prestigio. Por eso ha indultado a los activistas de Greenpeace y a las chicas de Pussy Riot, y por si fuera poco se ha confundido con la participación de homosexuales.
Pero en el ambiente internacional Putin se acaba de apuntar varios tantos a su favor: en el apoyo a Siria, el pulso de Ucrania y el asilo a Snowden. El reto de Putin ya lo tuvieron los chinos cuando en el 2008 pasaron la prueba de organizar los Juegos Olímpicos sin mayores problemas.