Aquella noche desvelada pensando en que habíamos sido humillados y no supimos responder adecuadamente. Aquella vez que alguien nos amaba y dejó de hacerlo. Aquella otra -quizás aún peor- en que uno amaba y dejó de amar. Todas esas cosas que solemos confesarnos en soledad o de madrugada. Eso que nos baja la serotonina. Hace poco, el poeta Félix Grande decía de sí mismo en una conferencia -el único género literario imperdonable para Oscar Wilde-: «Lo primero de lo que me puedo jactar, es de ser un guitarrista flamenco rotundamente fracasado». Para el poeta, el currículo de la vida de una persona debería reflejar más las derrotas que las victorias. Lo dijo dos meses antes de morir pleno de lucidez y verdad.
Es cierto que el auténtico rostro de lo que somos se refleja mejor en la bruma de nuestros fracasos que en el espejo de nuestras victorias. Pesa más lo que no se hizo que lo hecho; lo nunca conseguido a lo conquistado. Somos animales simbólicos, vivimos más en el deseo que en la realidad.
Es más honesto valorarse por lo escrito en ese curriculum mortis íntimo de derrotas, desengaños y frustraciones -no hay logro ni vanidad que calme una sola renuncia-. El curriculum vitae muestra la marioneta que hemos construido durante toda una vida, pero la marioneta no es la mano de quien la mueve.
La palma de esa mano la cruzan líneas de amores mudos, ilusiones rotas, feroces desengaños, Ítacas inalcanzadas, fracasos rotundos y errores imperdonables que no se ponen en el curriculum vitae.
Se puede estar en la cima del éxito profesional y seguir lamentando no haber sido fotógrafo del National Geographic, bailarín de tangos o atleta de triatlón. La vida es eso que pasa mientras uno sueña con lo que quiere que pase -John Lennon dixit.
Esos instantes íntimos de: ¿Por qué no me atreví? ¿Tengo razones o son excusas? ¿Valió la pena el éxito o la renuncia? ¿Cómo no me di cuenta?... Preguntas que son claves de acceso a nuestra íntima verdad curricular.
Vengo de pasar un buen rato charlando con unos colegas sexagenarios que andan kilómetros diarios, tienen un saber acumulado y una experiencia asombrosa, conservan intacta la capacidad de adaptación y creatividad, pero les han expulsado del circo. Les han regalado una placa de homenaje en su jubilación forzosa que les pesa como una esquela.
El momento de ir cerrando el curriculum vitae es el mejor para depurar la narrativa de ese otro curriculum mortis donde no hay cum laudes ni calificación posible porque no hay prueba de selección, ni tribunal, ni jurado, ni público al que presentarlo. Eres tú solo quien lo escribe y quien lo juzga.