Asisto a los acontecimientos políticos de Navarra como a un auténtico test de nuestra clase política. Veamos: una directora general cesante acusa a su jefa, vicepresidenta del Gobierno foral y consejera de Economía, de haber influido en el tratamiento fiscal de empresas en las que, al parecer, había tenido intereses. Reacción política: el PSN (Partido Socialista de Navarra-PSOE) ve la oportunidad de cargarse a la presidenta Yolanda Barcina y le da un ultimátum: o convoca elecciones en quince días, o le presentan una moción de censura para cuyo triunfo necesitan el apoyo de Bildu. Reacción de la clase periodística: muchos, este cronista entre ellos, entendemos que sería inmoral que los socialistas se apoyaran en el antiguo brazo político del terrorismo para alcanzar el poder.
Realidad de lo ocurrido: es cierto que hubo esa acusación; es cierta la amenaza del PSN; y parece cierto, sobre todo, que los socialistas estaban esperando el menor fallo del equipo de Barcina para tumbarla y ocupar su lugar. Respecto al pacto con Bildu, vaya usted a saber: Elena Valenciano lo desmiente, pero los socialistas navarros afirman que son ellos los que deciden. A partir de ahí, todas las miserias quedan al descubierto.
Quedan al descubierto las prisas de los partidos en atribuir irregularidades y corrupciones a otros sin comprobación, porque cuando se hace el ultimátum ni siquiera había comenzado a funcionar la comisión de investigación del Parlamento Foral. Queda al descubierto la facilidad con que se exigen responsabilidades a otros mientras se disculpan las propias, porque el mismo partido que reclama la caída del Gobierno navarro disculpa casos como los ERE de Andalucía o los diversos episodios de corrupción que le han salpicado durante los últimos treinta años. Queda al descubierto la falta de sentido patriótico cuando se sondea el apoyo de un partido como Bildu, sin importar que se deba después un favor a esa gente. Y queda al descubierto cómo la posibilidad de alcanzar el poder anula principios éticos e incluso una ejemplar trayectoria de lucha contra el terrorismo.
Ahora nos quedará una duda inquietante: saber si la dirección nacional del PSOE desmintió la intención de elegir a Bildu como compañero de viaje por iniciativa propia o forzada por las acusaciones de indignidad que se hicieron, hicimos, desde los medios informativos. Y nos quedará una incertidumbre de futuro: si, por derribar a una gobernante conservadora se abrirán las puertas del poder a quienes quieren incorporar Navarra al proyecto de Euskal Herria. Porque los separatistas lo saben: el País Vasco por sí solo no es viable como nación. Con Navarra, lo es. Y los socialistas no pueden jugar con esa bomba.