Que el nacionalismo gallego no está viviendo sus mejores momentos es harto conocido. El BNG se ve en la necesidad de acudir a las elecciones europeas en alianza con Bildu, la izquierda abertzale heredera de Herri Batasuna. De parecida manera, el otro grupo nacionalista gallego con representación parlamentaria, Anova, intenta acudir a Europa en una posición ignominiosamente subordinada en las listas de una formación internacionalista como es Izquierda Unida. Curiosa mezcolanza.
Al BNG las urnas le pasarán factura por ser compañeros de viaje de individuos que en el pasado defendieron el tiro en la nuca para conseguir sus objetivos, y a Anova se le recriminará en esas mismas urnas el hecho de su falta de lealtad a los principios del nacionalismo gallego. El pragmatismo se impuso a los programas electorales, lo que es lo mismo que decir que la ética y la estética no fue la principal preocupación de ambas formaciones. El votante nacionalista necesariamente tiene que sentirse engañado por unos líderes políticos que a lo único que aspiran es a posicionarse en Europa a costa de dejar en el armario sus más elementales principios ideológicos. Yo por lo menos me sentiría así. Aunque no por eso dejo de ser consciente de que la coherencia nunca fue la principal virtud de los mandamases del nacionalismo gallego.