¿Sí que? Que ya llegó la primavera, se ha quedado prendida en esa luz líquida del mediodía, ha escalado hasta encaramarse en las copas de los árboles y pintó de amarillo las pequeñas flores de las mimosas. Y a mí qué me importa la primavera. Mi interlocutor acaba de cerrar el periódico que cuenta en la primera página la subida prevista de la cesta de la compra si se aplican las medidas diseñadas por los sabios de la reforma fiscal, y que lee perplejo el conflicto de Crimea que piensa que no le va, ingenuo, ni le viene. A él, precisamente a él, cuarenta años, especialista en montajes, sujeto a un ERE temporal, que vio mermado su sueldo un cuarenta por ciento y menos mal que está separado y que no tiene hijos, que no descarta emigrar a Suiza, que ya no cree en los políticos, ni en la Xunta, ni siquiera en el Dépor, que anda trastabillándose con equipos que nunca pensó que estaban a su altura, el Mirandés, el Jaén? Vivimos, pensaba mientras caminaba a ninguna parte, pensaba que vivimos una estación infinita en cuarto menguante. Por eso qué me va a importar la primavera. Pero descubrió que andaba, que caminaba más rápido, que se cansaba menos pese a esos kilos de más que se incrementaron durante el invierno, que la sangre bombeaba más rítmicamente, y que la lluvia inevitable de finales de marzo era acariciante si la dejabas que mojara la cara cordialmente. Ahora sí, pensaba. Pronto cambiará la hora y llegará abril, que es un mes que vive en una canción de Sabina, en el que toda la naturaleza revive, se pone en pie y las ramas de todas las especies arbóreas se visten de estreno y bruñen los verdes del paisaje.
Qué me va a importar a mí que tengo dos sobrinos en el paro, que a mi exsuegra le han dado hora para septiembre para hacer una ecografía que solicitó en febrero. La primavera es una, otra, trampa del Gobierno, que me ha subido la luz como si siempre fuese invierno. No me venga usted con milongas, escriba sobre la corrupción, sobre la de verdad, no esa de los regalos navideños de cestas surtidas y relojes de oferta. Nombres, nombres, que usted los sabe. Mójese, diga lo que queremos leer y déjese de primaveras, que vuelven a reír como en el viejo Cara al sol del franquismo que aprendimos a cantar en la escuela.
Qué tiene la primavera para los pringaos que no tenga el otoño, o el invierno. No me importa un pepino que los días sean más largos si la vida es cada vez más corta. Abro la ventana y busco la noche, pero se cuela la maldita primavera, con sus olores y su aroma de jazmines y damas de noche, con su brisa de azahar. Ahora sí, has llegado y yo te doy la bienvenida. Cambias el rostro, la faz de esta parte de la tierra y arrullas en tu colo los olvidos mientras aguardas que se apuntale la esperanza. Ahora sí. Bienvenida, primavera.