El Adolfo Suárez que yo conocí

José Manuel Liaño Flores TRIBUNA

OPINIÓN

27 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Conocí por vez primera a Adolfo Suárez en septiembre de 1965, en Peñíscola (Castellón), con ocasión de celebrarse allí, en el castillo del Papa Luna (el antipapa, que hubiera sido Benedicto XIII) un curso sobre Administración local, que impartían catedráticos eminentes, como García de Enterría y González Pérez, entre otros, además de muchos conferenciantes expertos en esta materia, y en el que era Adolfo Suárez coordinador de todas las actividades; y por primera vez también hablé con él de A Coruña, por la que se interesó en cuanto supo que algunos asistentes al curso éramos de esta ciudad, como José María Pujalte, entrañable amigo hoy fallecido, que fue gerente de la Universidade da Coruña, y manifestándonos, entre otras muchas cosas que conocía, su afición deportivista. Supe posteriormente de su andadura profesional y política, pero sin relación directa con el mismo hasta que fue elegido en 1967 procurador en Cortes por Ávila, coincidiendo con mi elección como procurador en Cortes por A Coruña en la misma legislatura; si bien ese contacto tuvo escasa duración porque en 1968 fue nombrado gobernador civil de Segovia, y posteriormente para otros cargos, hasta que el 11 de diciembre de 1975, ya fallecido Franco, entró en el primer Gabinete del presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro como ministro secretario general del Movimiento.

En realidad, su nombre empieza a sonar con motivo de un discurso que pronunció al debatirse en las Cortes, en junio de 1976, la Ley de Asociaciones Políticas; y naturalmente estaba en boca de todos cuando el rey Juan Carlos le encarga el 3 de julio de 1976, a los 43 años de edad, la formación del segundo Gobierno de su reinado; en cuya tarea consiguió reunir junto a falangistas conversos como él, a socialdemócratas, liberales, democristianos, y otros más, con la colaboración de las fuerzas antifranquistas, como el PSOE de Felipe González y el Partido Comunista de Santiago Carrillo.

Lógicamente, esta relación se reanuda, más quizá al principio con carácter oficial que personal, al proponerse la celebración de un Consejo de Ministros en A Coruña, el primero de su mandato, al ser yo el alcalde de esta ciudad, para la organización de todos los eventos, que consistieron, primero el día 29 de julio, con la asistencia de los reyes a la inauguración de la avenida del Ejército, de la Escuela de Arquitectura, y una recepción en el Ayuntamiento de todas las autoridades y representaciones coruñesas, con un discurso que pronunció ante todo el público que llenaba la plaza de María Pita, contestando al que yo le había dirigido previamente.

Se celebró, asimismo, con la presidencia de Juan Carlos y de Adolfo Suárez y con la asistencia de diez ministros, el Consejo Económico y Social de Galicia (CESGA), que trató de los más importantes problemas que acuciaban a la región gallega; y al día siguiente, 30 de julio, tuvo lugar el tan esperado Consejo de Ministros presidido por el rey y Adolfo Suárez en el mismo Ayuntamiento, con la adopción de trascendentes acuerdos de interés para toda España, y sobre todo el de la ley de amnistía de todos los delitos llamados políticos (reunión, asociación, manifestación, expresión, opinión, etc.) y de parte de los delitos comunes, a excepción de los de terrorismo y monetarios, que quedaban excluidos de perdón.

Vi a un Adolfo Suárez tremendamente ilusionado con la tarea que había echado sobre sus espaldas, en una etapa trascendente para España, enormemente conciliador y dialogante, sin un mal gesto ni una mala palabra, y que todo lo basaba en el consenso, en el acuerdo, logrando así la aprobación de una Constitución, ley de leyes, con la que nos hemos venido entendiendo los españoles hasta hoy, y que yo creo puede permitirnos que sigamos entendiéndonos en el futuro, si todos, de derechas y de izquierdas, de Cataluña o de Galicia, del País Vasco o de Andalucía, actuamos con buena fe, acatando la ley y sin retorcer su letra con tendenciosos argumentos. Que cunda su ejemplo.

Volví a verlo muy esporádicamente, en tres ocasiones: la primera cuando estaba yo en una clínica dental de Madrid. Esperando ser atendido por el odontólogo, llegó Adolfo Suárez con su escolta, dolorido y maltrecho porque había tenido un pequeño accidente de moto en la Moncloa que le afectó a la boca y a la dentadura; la segunda, cuando, con ocasión de su campaña electoral, ya como candidato por el Centro Democrático y Social que él había creado, después de su dimisión como presidente del Gobierno y de la UCD; y la tercera, cuando fue investido doctor honoris causa por la Universidade da Coruña. Ya no era el mismo Adolfo Suárez, presidente del Gobierno.

Y como final me permito sugerir a la «autoridad competente» que se dé el nombre de Adolfo Suárez, con el añadido que corresponda, a una plaza, calle o lugar significado, incluso en mi opinión al estadio de Riazor, puesto que era aficionado y presidente de honor del Dépor, como recuerdo de A Coruña a un estadista ejemplar.

José Manuel Liaño Flores es Abogado, juez jubilado, académico y exalcalde de A Coruña.