Galicia, capital Buenos Aires

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

OPINIÓN

11 may 2014 . Actualizado a las 11:33 h.

Galicia, como la Rayuela de Cortázar, tiene un lado de acá y un lado de allá. Y el de allá, como en el casillero de palabras y fábulas de Cortázar, está en Buenos Aires. Borges, que nunca fue un escritor emocional, que padecía esa continencia glacial contraída al haber ingerido toda la cultura anglosajona por vía intraliteraria, solo se dejaba arrastrar por los sentimientos en ciertas líneas de algunos poemas en los que asoma su ciudad, su barrio, Palermo. Es el Borges que vaga por calles elementales como recuerdos en La noche que en el Sur lo velaron. Ni el ajedrez, ni las bibliotecas, ni el universo comprimido en aquel Aleph prodigioso que soñó eran capaces de alterar el riego sanguíneo del anglófilo y germanófilo Borges. Solo Buenos Aires lo llevaba por el sendero de la emoción, de la conmoción.

Buenos Aires es la ciudad de Borges, Cortázar, Arlt, Fogwill o Aira, sí, pero también de Luis Seoane, que nació del lado de allá, a diez mil kilómetros, hijo de la emigración. Y, tras volver a Galicia, tuvo que regresar a Buenos Aires en 1936 -esta vez como exiliado- al estallar la Guerra Civil. Seoane fue del lado de allá y del lado de acá hasta su último aliento. Cuando finalmente pudo volver a Galicia, ya en los sesenta, decidió vivir en A Coruña los años impares y en Buenos Aires los pares. La muerte le sorprendió en su luminoso piso de la torre Coruña, con vistas al Atlántico, en 1979. Año impar, año del lado de acá.

Por eso los gallegos somos también del lado de allá. Por Luis Seoane, por Arturo Cuadrado, por Castelao, por Rafael Dieste y por Francisco Porrúa, un argentino de Corcubión que tuvo la lucidez de publicar Cien años de soledad y Rayuela. Casi nada.

O por el joven anarquista Julio Camba, que se largó de polizón en un paquebote a Buenos Aires, donde lo mismo escribía columnas desaforadas que organizaba huelgas generales y mítines surrealistas. Hasta que lo facturaron en un buque de vuelta a España.

Somos del lado de allá porque en Chacabuco 955, república de San Telmo, está el Museo de la Emigración Gallega en Argentina, que atesora la memoria de lo que fuimos y de lo que somos. Porque somos hijos y nietos de la emigración y el exilio, aunque a veces nos pongamos estupendos y nos creamos muy europeos y miremos por encima del hombro a la otra orilla del Atlántico.

Porque, para entendernos del todo, hay que mirar a esa Galicia del lado de allá, que nos completa y nos explica como un capítulo perdido en nuestra historia.

Somos del lado de allá porque en el Centro Gallego de Belgrano luce un prodigioso mapa de Fontán y se conserva intacta la habitación 202, donde el 7 de enero de 1950 murió Castelao. Porque al cementerio de la Chacarita, otro gran panteón de gallegos ilustres, se llevaba tierra de Galicia para que los exiliados, que ni muertos estaban autorizados a regresar a su país, pudieran al menos reposar bajo un puñado de polvo de las cuatro provincias.

Somos del lado de allá porque en el Centro Galicia hay niños coreanos que hablan gallego y porque en el Terzo da Fala del Centro Lalín los emigrantes paladean un gallego maravilloso con acento porteño.

Y también somos del lado de allá porque, si vas de europeo y le metes prisa a un bonaerense, te ataja con una sola frase:

-Che, que no somos ingleses.

Aunque, al final, como los gallegos y los argentinos somos paradójicos por genética, hay que volver a un porteño que en el fondo era un poco inglés. Se llamaba Jorge Luis Borges, era de Palermo y escribió algunos de los relatos más asombrosos de la historia de la literatura. Y en Fundación mítica de Buenos Aires sentenció: «A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua y el aire».