En contra de lo que sucedía en la canción de Gabinete Caligari, en la que resultaba evidente que «la culpa fue del chachachá / que tú me invitaste a bailar», la responsabilidad de que el Parlamento Europeo reciba a algunas minorías extremistas, o se fragmente en un montón de experimentos confusos en contra de la «política tradicional», no la va a tener el chachachá, sino unos miles de ciudadanos con muy escasa cultura política que creen que la salvación puede venir de los nazis y los jemeres rojos; o que, estando muy lejos de tan grave patología, y en su pleno derecho de electores, creen que la regeneración de Europa puede surgir del caos.
Igual que cantaba Urrutia, con una letra que parece de Cañete - «embistiendo a mi capote / yo me asomaba al balcón de tu escote»-, muchos europeos están dispuestos a fijar sus ojos en las atractivas protuberancias que suelen mostrar los partidos que no asumen ninguna responsabilidad en lo hecho, con la vana esperanza de que la felicidad de una noche dure después toda la vida. Por eso hay que estar preparados para que en la noche del domingo nos den desalentadoras noticias sobre las elecciones en Francia, Holanda, Grecia y otros países que, sin comprometer en absoluto la gobernanza de la UE, están empeñados en ponerle piso, sueldo y altavoces a estos inquilinos que no necesitamos para nada, pero que tendrán mucha capacidad de hacer daño.
Los franceses, que son el caso más preocupante, llevan demasiado tiempo sin entender la UE, sin plegarse a las exigencias de un proyecto común, y creyendo que el gusano, en vez de morar en sus errores internos, les viene otra vez de Alemania. Y por eso parecen suspirar otra vez -¡vaya por Dios!- por los fantasmas del pasado, como si no hubiesen aprendido nada de los millones de tumbas que la grandeur les hizo cavar. Holanda, que cada día se acerca más al euroescepticismo inglés -mucha Europa para el comercio y ninguna para la política-, funciona también como el niño rico que está convencido de que, pase lo que pase en Europa, a ellos les irá bien. Y Grecia, que viendo con precisión la brizna que lastima el ojo de Europa, pero sin notar la viga que tiene en el suyo, también parece dispuesta a reiniciar el camino de la excepción económica, a buscar que se implante una UE de varias velocidades, y a esperar a que, para salvar el euro, les llegue de fuera un rescate gratuito que pague todos sus dispendios.
Por eso hay tanta comprensión con los abstencionistas, extremistas, euroescépticos y antisistema que pueden aguarnos esta fiesta. Y, en vez de denunciar quiénes son y por qué lo hacen, parecemos dispuestos a redimir sus errores y satisfacer sus demandas. Es como si Europa, en vez de ser el proyecto político más limpio y grande de la historia, fuese un puñetero error del que hemos de avergonzarnos.