En la mente de los constituyentes, entre los que me encuentro, la abdicación de don Juan Carlos solo estaba prevista por problemas de salud. Creo que también en la hoja de ruta vital del propio rey. Había sorteado lo más difícil, que era reimplantar una monarquía en el siglo XX. Fue un éxito, ratificado por la legitimidad democrática de la aprobación popular de la Constitución de 1978. En ella participaron partidos políticos paradigmáticamente distantes de la institución. Su aceptación se centraba en una persona. Ese ha sido el gran mérito de don Juan Carlos. Era la solución a nuestro problema colectivo fundamental, que no consistía tanto en contraponer república y monarquía, cuanto en elegir entre democracia y dictadura. Así lo vieron con clarividencia dirigentes de partidos políticos que habían derrocado el régimen monárquico en 1931. Sin la apuesta por la Corona no hubiera sido posible la transición pacífica a la democracia.
La fórmula ha funcionado. Tenía como peculiaridad estar muy ligada a una persona. Tenía y tiene sentido para quienes tienen conciencia más o menos inmediata de aquel proyecto, que no carecía de audacia. Don Juan Carlos se pronunció, desde el primer momento de su proclamación, como rey de todos los españoles. Puede recordarlo ahora con toda justicia. Eran y seguían siendo sus credenciales ante los ciudadanos. En eso tampoco ha habido fisuras. Por qué la abdicación ahora si no existen problemas de salud. El rey, que no se somete periódicamente a las elecciones, elemento esencial de todo régimen democrático, ha de estar respaldado por una consolidada tradición, que aquí se truncó, o como en el caso de don Juan Carlos, ha de mantener la posición sin lealtades predeterminadas que el rumbo de la vida se llevó.
La mantuvo el 23-F, pese a interpretaciones que se permiten dudarlo. Tenía muy claro lo que había sucedido a su abuelo. Como en otras ocasiones, tuvo que operar como un equilibrista, sin red que parase la caída. Pero esto queda ya lejos. Es historia, incluso desconocida para generaciones posteriores. A ellas les llega lo que antes no se hubiera publicado. Don Juan Carlos reaccionó, pidiendo perdón. La instrucción penal que afecta a su hija ha constituido no solo un martirio personal, sino la evidencia de que había cambiado el clima social en el que se había desenvuelto hasta entonces. En otro tiempo no hubiera sido el caso Urdangarin, sino el caso Torres.
Ha intentado rehacer la imagen de que la Corona no es un lujo, un adorno o un obstáculo para la democracia. Lo ha demostrado hace poco. La decisión patriótica de abdicar no ha sido forzada por un hecho puntual. Deja al heredero libre de las gangas. La última causa que la hizo inevitable habría que buscarla en el aislamiento que la Constitución dejó al rey, sin un consejo constituido por personas con la independencia de no esperar nada de la real gracia y con la libertad de poder decirle lo que es propio de la ejemplaridad debida.