«Una nueva generación reclama su papel protagonista». Con esta poderosa razón y en un mensaje de cinco minutos por televisión, el rey ha comunicado a la nación que abdica la Corona de España en su hijo el príncipe de Asturias, futuro Felipe VI.
Y con esta decisión, tomada por creer que es lo mejor para España y porque quiere ser fiel al legado de su padre de ser rey de todos los españoles, Juan Carlos I ha puesto en marcha la segunda transición española, quizás más delicada que la primera, porque consiste en pasar del juancarlismo a la monarquía en plena efervescencia republicana azuzada por los independentistas y por los rescoldos del viejo comunismo que anida en IU y en otras formaciones a la izquierda del PSOE.
Varios meses de reflexión hasta la decisión en firme, adoptada en enero; comunicación ese mes al príncipe de Asturias y al jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, y en marzo notificación al presidente del Gobierno y al jefe de la oposición. Impecables los tiempos, impecable el comportamiento de quienes estaban en el secreto e impecable los pasos iniciales, después de las elecciones europeas y antes de las municipales y autonómicas: comunicación a la prensa por el presidente del Gobierno y mensaje del rey desde el palacio de la Zarzuela, con una cuidada puesta en escena: el monarca ha leído su discurso en la mesa de su despacho, tras la que destacaban dos fotografías con las últimas cuatro generaciones de la Corona. En una, el rey junto al príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, y su hija primogénita, Leonor. En la otra, junto a su padre, don Juan, quien renunció a los derechos dinásticos en su favor durante la dictadura de Franco para que pudiera ser rey a la muerte de aquel. Detrás del monarca las banderas de España y de la UE, y sobre el escritorio, un ejemplar de la Constitución.
España sufrió el lunes una convulsión con la noticia y, a partir de ella, los medios de comunicación y las redes sociales empezaron a cumplir sus fines: los primeros, informar, analizar, opinar; las segundas, ser sumidero de todo tipo de desahogos.
A Felipe VI le espera un duro pero prometedor camino porque no le basta con sentarse en el trono, sino que tiene que durar en él. Como ha dicho su padre, una nueva generación reclama su papel protagonista en España y por eso Felipe VI tendrá que arriesgar e impulsar las reformas constitucionales necesarias para dar cabida a los españoles que nacieron en democracia, y para hacer posible el anhelo de su abuelo y de su padre: «Servir a los intereses generales de España con el afán de que los ciudadanos sean protagonistas de su propio destino y nuestra nación una democracia moderna, plenamente integrada en Europa».
Con la decisión del rey, generosa en sus consecuencias y a pocos meses de pedir perdón por alguno de sus actos, se cierra el período más largo de libertades democráticas, paz, prosperidad y bienestar social de la historia de España. Ahora se abre un tiempo nuevo. ¿Quién será el Torcuato Fernández Miranda de esa reforma? ¿Acaso Mariano Rajoy? La lealtad de quienes la deben y la generosidad de quienes pueden son la clave para el futuro de los españoles. Confiemos en los unos y en los otros para que podamos seguir escribiendo una historia común de progreso y libertad.