La mística del libertador y sus próceres

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

30 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

S í, ya lo sé: el tema está en el Tribunal Constitucional, en la declaración de Rajoy o en lo que dijo Francesc Homs, que el recurso del TC alienta el soberanismo, en vez de matarlo. Pero a este cronista le van a permitir que hoy no haga una crónica, sino una fotografía; la foto de lo visto el sábado en la solemnísima, casi pontifical, firma del decreto de convocatoria del referendo encubierto de autodeterminación. Es que resultó altamente vistoso, altamente emocionante, altamente propio de un momento excelso de la historia de Cataluña y quizá de la historia mundial. Así, al menos, parecían sentirlo el señor Mas y el coro de arcángeles que lo contemplaban, empezando por su mujer.

Fue grandioso. El «Molt Honorable President» entró en aquella sala como el elegido. Era, en verdad, David que venía de derrotar a Goliat de una certera pedrada en la frente, y la honda era la pluma Inoxcrom que tenía sobre la mesa. Según dicen quienes se fijan en esos detalles, se había puesto el traje de la boda de su hija (o su hijo, me pierdo en estos datos íntimos), y hasta me pareció que lucía gafas nuevas, para lucir efigie en todo el mundo, como Obama o como Putin; incluso como Bolívar, el Libertador. La foto de ese momento sería para la posteridad como el cuadro de La rendición de Breda.

Así aseado y con retoques de gabinete de imagen, entró en el salón como el más alto de los gerifaltes y halló a sus generales formados en perfecto estado de revista. Eran los próceres creadores de la nueva patria, faltaba Durán i Lleida, que en ese momento no supimos si había desertado o estaba en la reserva por si todo se escoñaba. El Libertador fue saludando uno a uno, y ellos le correspondían con gestos de veneración hasta que el valeroso estadista se acercó a la mesa, acarició la silla, tomó la pluma, tuvo una levísima tentación de arremangarse, no lo hizo, y estampó su firma que, si hubiese sido hecha con una espada, diría que era la rúbrica del Zorro. Parecía un rey en ceremonia de abdicación. A alguno le asomó un lagrimón soberanista.

Pero aún faltaba lo más emocionante: los próceres acercándose a la mesa a ver la huella del dinosaurio, esa firma que tendrá un lugar de honor en el panteón de las ilusiones. Sacaban sus teléfonos para retratarla, para demostrarles a sus nietos que habían estado allí. Era como si se encontraran ante la Sábana Santa recién descubierta. Era como una reliquia de Sant Jordi. Yo también sentí un punto de éxtasis, pero más prosaico y terrenal. Lo que pensé fue esto: espero que todo lo que acabo de ver haya sido una fantástica representación. Como sea verdad, estos tipos están en la mística de la independencia. No los hace rectificar ni el Tribunal Constitucional.

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