También la crisis está en crisis

OPINIÓN

11 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Con un sistema mediático dominado por la teatralidad, que se mueve con tanta facilidad entre el cuerneo feminizado y el amarillismo político, también la crisis está en crisis. Porque si hace seis meses nuestros problemas eran el paro, el hambre, los niños sin desayuno, los desahuciados, los preferentistas estafados, la sanidad privatizada, las universidades arruinadas, las autopistas llenas de baches, la pobreza energética, el republicanismo insatisfecho, el Gamonal, el derecho a decidir, los abusos de Merkel, los curas pederastas y el machismo de Cañete, hoy tengo la sensación de que solo nos preocupan la peste negra -que solo se puede combatir con procesiones de flagelantes y cantando el miserere-, y la absoluta evidencia de que vivimos en el país más desastroso y estúpido del mundo, en el que unos ciudadanos que no saben de la misa la media eligen para gobernar a los más sinvergüenzas y a los más tontos, mientras llenan las bancadas de la oposición con pequeñas y variadas muestras de genialidad y honradez. Y por eso pienso que si la gente no se sube a las azoteas para arrojarse al vacío solo puede explicarse porque los ascensores españoles no funcionan.

Así que no debe extrañarnos que, en medio de este tsunami, nadie le haya prestado atención -yo tampoco- al debate sobre el estado de la autonomía gallega. Porque el presidente Núñez Feijoo debe de creer que la política hay que hacerla con discursos razonables, hablando de proyectos, confiando en lo hecho, integrando los buenos y los malos tiempos y sembrando esperanzas sobre el futuro. Este presidente, que debe de ser un inocentón, aún piensa que a la gente le gusta saber que vivimos en un país civilizado, que escolariza a los niños y atiende a los enfermos, que paga pensiones y exporta coches, que mantiene tres universidades y construye grandes infraestructuras, y que, a pesar de errores y recesiones, se ha colocado entre las áreas más ricas y con mayor bienestar del mundo. Pero se equivoca. Porque esta semana tocaba hablar del desastre sanitario, de la salida del euro y de la banca pública, del océano de miseria e ineficiencia que nos rodea y de que todo se arreglaría instaurando una república soberana. Porque los gallegos no nos chupamos el dedo, y no nos creemos el cuento de que un país puede ser al mismo tiempo feliz e inteligente.

Menos mal que la divina oposición forzó la nostálgica e imprescindible condena del franquismo. Porque cuando la actualidad no funciona viene el pasado a darnos de comer. Y porque, visto el éxito y la euforia popular que produjo esta condena, quizá podamos hacer otra sesión para condenar a Don Rodrigo, a Bellido Dolfos, la expulsión de los judíos, la guerra de las Alpujarras y la dictadura de Primo de Rivera. Porque, aunque le parezca mentira, todo eso sigue aún sin condenar. ¡Qué desastre!