El desglose de la vergüenza

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras Rajoy le hacía el feo a Ana Mato y se presentaba sin ella en el hospital y creaba un comité del ébola presidido por Soraya, este cronista asistía atónito al desvelo del desglose. Entiéndase por desglose la relación de conceptos para los que ha sido utilizada la tarjeta negra de Caja Madrid. Y creo que todos se pueden concretar en las figuras del señor Moral Santín, que ni es moral ni es santín; de Rodrigo Rato, que aprovechó bien el tiempo de permanencia en la entidad; y de Miguel Blesa, que guarda el misterio de quién ha sido el urdidor de la urdimbre.

El señor Moral entendió el sentido de las dichosas tarjetas, lo entendió como complemento de sueldo, y se dijo que nada de viajes ni joyerías: se fue con el plástico al cajero y extrajo un total de 365.000 euros. Diga que sí, Moral Santín: el dinero, tangible y en efectivo, que es lo que tiene permanencia en el tiempo. El dinero hay que tocarlo para saber lo que vale. Y un hombre de Izquierda Unida como él no va a andar por ahí en casas de lujo, para que la gente diga «de dónde saca pa tanto como destaca». Lo suyo es el triunfo de la coherencia del dinero con la ideología.

Lo de Rato ha sido una solución más centrista: parte en cajero y parte en tiendas de lujo, para repartir las oportunidades de la economía. Lo más sugestivo, el 27 de marzo del 2011, que se gastó cerca de 4.000 euros en bebidas. Para mí que ese domingo había ido a misa y el Evangelio contaba el episodio donde la mujer que sacaba agua del pozo de Samaria le decía a Jesús: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed», y el ilustre don Rodrigo decidió por su cuenta no volver a tener sed, si le fallaba el milagro del Señor. Pura prevención, porque llamarle vicio me parece poco delicado.

Y a Blesa se le nota que es la élite. Blesa se tenía que codear con la crema de la intelectualidad. Bancaria, por supuesto. Blesa iba al cajero si había que ir, que una necesidad la tiene cualquiera, y más a ese nivel, que ya dijo Carmen Lomana que los ricos tenían patrimonio, pero no liquidez. Pero tenía una forma distinguida de gastar la pasta. Digamos que una forma de alcurnia y que no me atrevo a llamar noble, porque la nobleza es otra cosa. Una cacería en Sudáfrica, pongo por caso, estaba a su altura. Diez mil euros en vinos, millón y medio de pesetas, empiezan a dar distinción. Y pagado por otros, sabe a gloria bendita. Su buen gusto ha quedado formalmente acreditado.

Después de ver ese desglose, solo me queda una duda: ¿cuántos desahucios de pisos de 150.000 euros hubiera evitado Caja Madrid con los 15 millones de las tarjetas? Por lo menos, un centenar. Un centenar de tragedias evitadas. Pero esa gente no estaba en la caja para hablar de caridad.