Reporteros sin Fronteras publicó el pasado martes, como cada 16 de diciembre, su informe anual sobre la violencia contra los periodistas en el mundo. Ese mismo día, como si quisieran hacer un estúpido homenaje al totalitarismo, alguien volvió a insultar y tapiar las puertas del despacho del profesor Roberto Blanco Valdés que, desde hace años, ejerce su libertad de escribir y opinar como brillante articulista en las páginas de este periódico.
Es fácil imaginar qué lugares del mundo ocupan los primeros puestos de la ominosa lista de periodistas asesinados, secuestrados, maltratados o amenazados. Siria, Irán, Irak, China, Eritrea, Ucrania, México. 66 asesinados, 119 secuestrados, 178 encarcelados, 853 detenidos, 1.846 amenazados. Las cifras, en su mayoría, corresponden a la presión institucional, a la persecución ejercida por los poderes públicos en lugares en los que la democracia es aún un sueño lejano. Donde el fascismo -cualquier clases de totalitarismo- impide que la libertad sea esa planta que crece con rapidez una vez que enraíza, tal como recuerda el propio Roberto Blanco Valdés citando a George Washington.
Pero además de esa odiosa represión institucionalizada, en muchos rincones del mundo existe la que ejercen, alimentados desde la oscuridad, grupúsculos denostados por las sociedades libres y de la que no estamos exentos. Los ataques a Blanco Valdés, los intentos de coartar su libertad, las amenazas e insultos para tratar (con nulo éxito) de que deje de expresar de forma libérrima sus opiniones son, en el fondo, un atentado contra la libertad de cada uno de nosotros. El valor de los amantes de la libertad, como Roberto, es que nos salvan a todos de la tiranía.