Siempre es bueno estar rodeado por Cervantes. Abrigado por sus frases geniales. Está claro que es una de las mejores marcas que tiene este país tan dado a la baja estima, a zaherirnos de forma gratuita. Nos zurramos a nosotros mismos, por hacernos daño. Un país experto en autolesiones. Y con Cervantes es imposible. Su prosa siempre está a la altura, a la altura de las nubes por las que andaba la imaginación de ese caballero andante que fue don Quijote. Ahora dicen los expertos que están documentados episodios reales en La Mancha de la época, de los que Miguel de Cervantes sacaría alguna de sus ideas para el libro. ¿Qué más da? Resulta que un hidalgo de la zona se creía caballero andante y se vestía de caballero y se dedicaba a resolver justas y dirimir entuertos. Y que Cervantes conoció esos hechos. Lo importante es que lo que hizo con ese barro sigue vivo. Palpitante. Da igual los siglos que le caigan encima. Ahora tenemos una versión deglutida de la obra que ha preparado Pérez-Reverte animado por la Academia Española. Está bien si sirve para difundir el libro de libros de nuestras letras. Como las series de dibujos animados sobre Quijote y Sancho. Pero está bien siempre que sirva como puerta de entrada a la auténtica catedral que es leer las palabras tal cual las puso el genio. El hombre, que conociera o no anécdotas de la zona, creó unos personajes que solo los podía escribir así quién cayó, sin duda, de niño en una marmita de tinta y se empapó de todas las barajas de las palabras.