Cacharro, un cuarto de siglo de luces y sombras

Miguel Cabana
Miguel Cabana DESDE EL ADARVE

OPINIÓN

09 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cualquiera que se dedique 24 años a la política en primera línea pasa necesariamente por etapas de luces y sombras. Incluso cuando la actividad pública no estaba tan denostada como hoy, era difícil liderar un partido en una provincia durante tanto tiempo sin caer en los excesos del poder. Y ese fue el pecado de Cacharro una vez que superó su tercer mandato: que el todopoderoso barón que ganaba las elecciones también gestionaba la provincia según su personal criterio, y tanto el partido como la Diputación funcionaban con la única democracia que salía de sus convicciones. En la Diputación trataba a la oposición con cierta condescendencia por la abrumadora mayoría de que disponía. Y en el Partido Popular solo eran elegidos para alcaldes, diputados o senadores aquellos que estaban claramente alineados con Cacharro. Alfonso Guerra no pudo inventar aquella frase «el que se mueve no sale en la foto», porque Cacharro ya la tenía patentada para sí mismo hacía años y la aplicaba incluso con orgullo. Ni siquiera el todopoderoso Fraga conseguía imponer sus candidatos en la provincia lucense, ni tampoco la Diputación de Lugo le bailaba al son y con prontitud a la Xunta cuando a Cacharro no le encajaban las propuestas del ejecutivo autonómico.

Los inicios de Cacharro fueron brillantes porque sus victorias eran abrumadoras cuando el PP no mandaba en España ni en muchas comunidades autónomas. Y en cuanto a su gestión en la Diputación, también en los inicios fue un órgano inversor importante en una provincia tradicionalmente deficitaria. Además, Cacharro supo ver con maestría el potencial del sector primario en su provincia y se apuntó grandes tantos con centros de investigación agrarios o ganaderos, y una gran facultad de veterinaria para Lugo que hoy sigue siendo referencia en Europa, especialmente por el hospital veterinario Rof Codina.

Pero con el paso de los años el estancamiento y cierta apatía fueron inevitables y, por ejemplo, acusaciones como las de colocar en la Diputación solo a sus afines acabaron por ocultar los éxitos de los primeros años. Se obcecó incluso en torpezas como no repartir el dinero que había cobrado su Administración por la inundación de terrenos de los embalses, enfadando a muchos alcaldes suyos.

Aun así, tenía un aparato tan bien engrasado que quizá hubiese resistido otro mandato en la Diputación si no fuese por la operación Muralla, que permitió a sus detractores dentro del partido apartarlo en las elecciones del 2007. Se marchó cabreado y en sus últimos meses al mando no hizo mucho para que su partido volviese a ganar. De hecho, el PP perdió entonces la Diputación, que el socialista Besteiro lleva ocho años gobernando.

La operación Muralla no le dejó vivir tranquilo sus últimos años fuera de la política, y precisamente ahora que había conseguido archivar el caso en los tribunales, su larga enfermedad medular no le dio más fuerzas.

Besteiro puso su capilla ardiente en la Diputación, quizá consciente de que nada le hubiese gustado más a Paco Cacharro que despedirse ahí, en la que fue su casa un cuarto de siglo.