Al líder de los socialistas, Pedro Sánchez, hay que reconocerle una cierta habilidad parlamentaria. Ayer tenía que preguntar al presidente del Gobierno por su descuido ante la riada del Ebro y lo hizo. Pero el cuerpo le pedía hablar de Gürtel, no estaba autorizado y se las apañó para colar ese caso de corrupción en su discurso de descalificación de Rajoy. Cuando las ganas de fastidiar aprietan, ni los reglamentos se respetan, diría un conocido chascarrillo que falsifico para que sea publicable. Pedro Sánchez tiene esas ganas, le salen del alma, y no se contiene. No se lo reprocho: las normas están para ser desobedecidas, siempre que no se haga daño a las personas y a los bienes. Ha sido una indisciplina gamberra, que animó el cotarro. Pero tiene un problema en el que sistemáticamente caen los socialistas frente al Gobierno: parece que no saben preguntar otra cosa que no sea el fácil argumento de la corrupción. Que existe, claro está. Que es el segundo problema del país después del paro, según detectan las encuestas. Y que tiene que ser combatido con todas los recursos del Estado, faltaría más. Pero, para preguntar por corrupción o exigir responsabilidades al Gobierno o al Partido Popular, hay que tener la carpeta propia muy depurada. Y el PSOE no la tiene. Lo que tiene son los ERE de Andalucía. Y dos centenares largos de imputados. Y dos expresidentes del Gobierno andaluz llamados a declarar por el Tribunal Supremo. Y el caso del multimillonario fraude en los cursos de formación, donde al menos tiene responsabilidad in vigilando.
¿Qué esperan el señor Sánchez y su equipo? ¿Acaso que Rajoy aguante el chorreo y ponga la otra mejilla? Claro que no. Lo que hace Mariano Rajoy desde siempre y lo seguirá haciendo en el futuro es recordar esos latrocinios. De ahí surgen los debates del «y tú más». De ahí sale el hastío del personal, por mucho que esos encontronazos agiten las sesiones, suban los decibelios del ruido ambiente y provoquen los pateos de sus señorías. Y lo peor: no sirven para nada, salvo para demostrarle una vez más al país que la porquería salpica a todos, por exigentes que se pongan.
Al señor Sánchez se le disculpa que haya caído en esa trampa al principio, porque es novato. No se le disculpa, en absoluto, que siga cayendo sistemáticamente, como si no hubiera argumentos para acorralar al Gobierno. Sobre todo, desde la izquierda. No sabe prever cuál será la respuesta de Rajoy o de cualquier dirigente del PP. Si piensa que un día va a descubrir el Mediterráneo, resulta ingenuo. Y si cree que así deteriora un miligramo al poder, es que todavía le falta un cursillo, quizá un máster, para recibir el título de jefe real de la oposición.