Si quiere defender con coherencia su crítica a la política de pactos a gogó que Pedro Sánchez parece estar dispuesto a encabezar, el PP debería comenzar por asegurar a Susana Díaz, con su abstención, que pasado mañana será investida presidenta. Y hacerlo sin exigir a cambio nada, solo porque lo justo es que gobierne quien ha ganado con clara mayoría.
A partir de esa decisión, que el PP debería haber adoptado hace ya tiempo, podrá Rajoy desautorizar como se merece la política del PSOE que, de hecho, olvida los acuerdos adoptados, hace solo una semana, por su Comité Federal, ante la disparidad de criterios allí existente respecto de los pactos: por ejemplo, que no se desbordaría al PP cuando hubiera alcanzado casi la mayoría absoluta, hubiera ganado con una gran diferencia de votos o fuera necesaria para echarlo del poder una alianza de tres o más partidos heterogéneos.
Tal acuerdo, que Sánchez se está pasando por el arco del triunfo, excluía al PSOE de cualquier injustificable operación de cordón sanitario en contra del PP. Y es que, aunque pocos lo reconozcan, ambos tienen más cosas en común que diferencias, como ocurre con los partidos de gobierno en toda Europa: su defensa del orden constitucional y autonómico, de la actual forma política del Estado (la monarquía), de la economía social de mercado, del Estado de derecho y de la Unión Europea. En cualquiera de estos terrenos las coincidencias de los dos grandes son mayores que las que tienen los socialistas con IU, Podemos, ERC, el BNG, Compromís y, ya no digamos, otras fuerzas de muy dudosas credenciales democráticas.
La política de cordón sanitario se ha practicado en Francia frente a Le Pen, en Alemania frente a los comunistas de la RDA y en España frente a Batasuna, ejemplos todos que demuestran el dislate que sería que los socialistas la aplicaran al PP.
Y es que -parece mentira tener que recordarlo-, una cosa es el cordón sanitario y otra, si se me permite decirlo así, el cordon bleu, un plato sabroso y socorrido cuando se juntan los adecuados ingredientes, pero intragable e indigesto si uno se empeña en añadirle lo que allí no pega ni con cola.
El PSOE tiene todo el derecho a no pactar con el PP y a buscar fórmulas de gobierno (¡no de desgobierno!) alternativas siempre que lo haga con socios que no le impidan desarrollar coherentemente su programa. Separarse de ese criterio, que es el que el PSOE practicó hasta la infausta llegada de Zapatero, nada tiene que ver con estar dispuesto a traicionarse a sí mismo con tal de echar al PP de todos los sitios donde gobierna o puede hacerlo. Basta recordar cómo le ha ido a los socialistas tras experiencias como la del bipartito gallego o los tripartitos catalanes para constatar que no siempre es verdad aquello que decía Andreotti de que nada desgasta tanto como la oposición.