Queda poco tiempo, verano por medio, para unas elecciones generales que serán inéditas desde la consolidación de la democracia en España. Los cambios en la sociedad que se han ido produciendo a lo largo de esos años favorecen la impresión de que se ha producido una brecha en lo establecido. Ya no es una especulación teórica. Basta con tener a la vista lo que ha dejado la marea de las elecciones municipales y autonómicas para confirmarlo. Movimientos ciudadanos y nuevos partidos como Podemos y Ciudadanos son ya poder. Lo que parecía improbable en Navarra, como se deduce de la disposición transitoria cuarta de la Constitución, ha empezado a producirse. Para sorpresa o escándalo de otros, el PNV se ha confirmado como lo más próximo a la estabilidad. La deriva separatista en el nacionalismo catalán, con independencia de que se consume, confirma la hondura de la brecha. También a la vista de los resultados electorales queda claro que no se debe a una cuestión generacional, como evidencia la alcaldía de Madrid y alguna otra reaparición de juventud lejana. La brecha se cava con la pala de la revancha por una transición política que fue, sin embargo, modélica para reconocidos cánones de convivencia.
La situación descrita manifiesta un rechazo que va más allá de procurar una normal alternativa en el Gobierno. Quizá el apremio de votar en contra no sea hoy tan determinante como hace cuatro años; pero no debe minusvalorarse teniendo en cuenta la rentabilidad que ya ha tenido en las últimas elecciones. El tirón electoral de Podemos se basa precisamente en el cuestionamiento global del pasado. Se ha presentado como antisistema en expresiones gráficas de su líder y en ese cometido no quiere competidores. Con todo descaro ha desistido de formar parte de la plataforma Ahora en Común porque no es la izquierda la que traerá el cambio, sino los ciudadanos. De lo que se trata es de llegar al poder; después ya veremos. Puede ilustrarse con lo acontecido en Grecia con el referendo; se trataba de fortalecerse en el poder. Las duras condiciones que Tsipras aceptará serán consecuencia del clientelismo y corrupción de otros Gobiernos.
El futuro es lo que preocupa a los ciudadanos. Estamos en el momento para adelantar las claves que den sentido a los programas electorales no siempre cumplidos. El líder de Ciudadanos se ha pronunciado sin complejos por el patriotismo constitucional. El del PSOE se ha abanderado con una reforma de la Constitución que no es la panacea. Para el PP es imprescindible una reorientación. Algo fundamental ha fallado para haber generado tanta desafección. Qué futuro ofrece que diferencie de otras opciones. Ni todo es economía, ni está sin tacha, aunque haya mejorado y pueda seguir mejorando. El mensaje de la conferencia política no ha sido ilusionante: la vieja receta de criticar a los adversarios, la predicación de humildad por barones que no la intentan y apelar, si no al miedo, a la responsabilidad del voto.