La derrota de Luis de Guindos en la votación de presidente del Eurogrupo ha sido una joya para el análisis político. Ahí se ha visto a los pesimistas, que aprovecharon para proclamar la poca relevancia exterior de España, que gana menos puestos en instituciones internacionales que festivales de Eurovisión. Ahí están los gubernamentales, que creen que el ministro español no fue elegido porque los socialistas europeos le pusieron la proa, vaya usted a saber si inspirados por el PSOE, como arriesgada y sagazmente inspiran algunas fuentes del poder. Ahí están los sabios de la política exterior, que aseguran conocer al dedillo los recovecos de estas negociaciones y tienen la convicción de que este Gobierno se ha portado como un aprendiz, a diferencia de la habilidad de Felipe González. Y ahí están los rencores a Zapatero, que afirman que nunca logró nada, olvidando que consiguió una silla de invitada para España en una reunión del G-20, y ahí nos hemos quedado.
En todo esto hay algo de verdad, pero siempre parcial. Al final, las únicas verdades constatables son tres. La primera, que España vive su peor momento de presencia en las instituciones europeas. Tenemos la comisaría de Cañete, y punto. La segunda, que la derrota de Guindos es una mala noticia para Rajoy por cómo estaba vendiendo su victoria: como un reconocimiento de las hazañas en la lucha contra la crisis y en la recuperación económica. Si falla el origen del alegato, que es el reconocimiento de Luis de Guindos, falla la consecuencia. Y la tercera, que tiene razón el ministro: unas veces se gana y otras se pierde.
Lo que ocurre es que es más fácil perder si se cometen errores de primerizo. El inicial lo cometió Rajoy al conformarse con la citada comisaría de Arias Cañete, porque Merkel le había prometido el Eurogrupo. Está claro que en política no se puede fiar uno ni de su madre, aunque se llame Merkel. El siguiente se cometió al anunciar la candidatura de Guindos cuando el puesto estaba cubierto y el titular tenía intención de repetir: ha sido, cuando menos, una descortesía. A continuación, el propio Guindos cometió la imprudencia de anunciar que no repetiría como ministro, y eso limitó seriamente sus posibilidades, dada la proximidad de las elecciones. Paralelamente, Rajoy se alineó con la dureza alemana en la crisis griega, y Grecia se vengó en la primera oportunidad, que ha sido esta. Y el error de bulto, que lo coronó todo, el vender la piel del oso antes de cazarlo. Si hubiese una actitud más humilde, sin dar nunca por segura la elección y el fastuoso reconocimiento a las políticas de Rajoy, a lo mejor la sensación de derrota era menor. No se hunde el mundo por ello, pero que aprendan la lección.