Si uno es eso que ahora llaman emprendedor, resultará sencillo que pueda montar su negocio sobre el local de una antigua oficina bancaria: en cinco años se han cerrado 13.000 sucursales en España. Si además quiere contratar para ese negocio a alguien con conocimientos financieros, es fácil que lo encuentre en la cola del paro, despedido de alguna firma bancaria: en cinco años se han perdido 36.000 empleos en este sector. Si, luego, con la idea bien meditada, quiere ir a que le presten dinero para ponerlo en marcha, la oferta se le habrá reducido enormemente: solo en Galicia, de las 20 o 25 entidades bancarias a las que podía acudir hace cinco años para contrastar condiciones y precios, hoy solo podría hacerlo en una decena. ¿Quién gana? ¿El cliente?
España es, lo constata el último informe del BCE, la gran economía europea en la que más se está concentrando su negocio bancario, articulado en torno a cinco gigantes de Madrid y Barcelona. Cinco entidades que controlan ya cerca del 60?% del negocio, cuando cinco años antes apenas era el 40 %. Es fácil deducir que a esos pocos les ha venido muy bien la concentración financiera, el mayor terremoto económico que ha vivido un sector en España en los últimos años (construcción aparte). España está ya enfilada hacia otro oligopolio, siguiendo el mismo modelo que ya rige en el mercado de la energía, de los carburantes o de las telecomunicaciones; negocios en los que tres operadores se reparten entre el 70 y el 90 % de la tarta. Sucede -casualidad- que esa mayor concentración ha propiciado cosas como pactos de precios en la sombra. Competencia les ha puesto cuantiosas multas en los últimos doce meses. ¿Quién gana? ¿El cliente?
Aunque se vea ahora, esta película parecía escrita en enero del 2011, cuando las cajas españolas terminaban de perfilar sus fusiones, alentadas por el Banco de España, bajo el mantra de que era necesario ganar tamaño. Ese mes la ministra Elena Salgado -que tras dejar el puesto se fue de consejera a la filial chilena de una de esas grandes empresas energéticas- se sacó por sorpresa un decretazo que obligó a la cajas de ahorros a convertirse en bancos. Era el primer paso para su desaparición, para borrar del mapa a quienes controlaban la mitad del negocio financiero en España. De Guindos completó la jugada después. Y no merecen las cajas una sola línea a favor de su gestión en los últimos años, más volcadas en crecer fuera de sus territorios e invertir en el ladrillo que en facilitar la inclusión financiera. Pero sí merece defender un modelo que se pervirtió, mientras las administraciones silbaban. Y conviene no tragarse aquello de que era la única solución posible y que no hubo maquinación alguna detrás.
Los señores de la gran banca terminarán controlando todo el negocio porque, además, tienen el viento a favor, con el supervisor pidiendo nuevas fusiones entre los pequeños. Y porque ya saben aquello de quién sale ganando siempre...